Los costarricenses cada vez vivimos más, pero también más solos.
En 1990, el promedio de esperanza de vida al nacer era de 76,95 años; en 2024, de 80,91, y se podrían añadir casi cuatro más de aquí al año 2050, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). El grupo de edad que más crece es el de adultos mayores (65 años o más), que se duplicará en los próximos 20 años.
Del 2000 al presente, la población total pasó de 3,8 millones a 5,3 millones de habitantes, un aumento de 39,38%, pero el crecimiento se ha desacelerado de manera constante. La tasa de fecundidad actual es de un promedio de 1,3 hijos por mujer, entre las menores del mundo, una cifra por debajo de la llamada “tasa de reemplazo”, que debe ser de 2,1 para mantener la población, exceptuando las migraciones.
En este mismo lapso, los hogares constituidos por una sola persona dieron un salto exponencial: de 52.208 a 296.000, de acuerdo con la más reciente Encuesta Nacional de Hogares del INEC. Esto representa un incremento de 417%. De ellos, el 41% está constituido por adultos mayores.
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Las implicaciones de estas tendencias, así como de muchas otras variables demográficas que se desarrollan sin pausa, son múltiples y no deben pasar inadvertidas como insumos indispensables para la formulación de buenas políticas públicas.
Tal como escribió el propio INEC a mediados del año pasado, “las estimaciones y proyecciones nacionales de población por sexo y edad y los indicadores derivados de ellas constituyen un insumo fundamental para la planificación del país, en todos los campos”. Permiten, además, “el seguimiento de planes y programas comprometidos con el desarrollo del país y el bienestar de su población”. Por desgracia, no siempre ocurre así.
Por ahora, no existen estudios que permitan precisar, con claridad, las razones de un incremento tan acelerado en los hogares unipersonales, un fenómeno del que informó recientemente nuestra periodista Irene Rodríguez.
En el caso de los adultos mayores, es probable que la mezcla de mayor longevidad y menores posibilidades de apoyo familiar sea una razón clave. En otros casos, pueden influir demandas laborales más intensas, relaciones afectivas menos estables, la reducción en los matrimonios o la búsqueda de mayor independencia entre quienes generan altos ingresos. Por ejemplo, mediciones del INEC revelan que el número de matrimonios por cada 1.000 habitantes pasó del 5,45 en el 2011 al 4,72 en el 2021. Otras fuentes indican que ha seguido reduciéndose.
Más allá de las causas, que sin duda es necesario explorar, las implicaciones son múltiples. Está demostrado, por ejemplo, que los hogares unipersonales con alto poder adquisitivo generan un consumo mayor y distinto al de otras modalidades de vida. Además, se incrementa la demanda de alimentos preparados, de tiendas de conveniencia y de viviendas de menor tamaño y mayor concentración (a menudo en edificios), algo favorable para la industria de la construcción.
Todo lo anterior pertenece al ámbito de las oportunidades, y lo que más demanda del Estado es adecuada regulación para su atención y potenciación por parte de actores privados. La otra cara de la moneda es la que plantea enormes desafíos de diseño, aplicación y financiamiento de política pública.
Entre sus múltiples ámbitos están la adaptación de viviendas para adultos mayores; los programas de amplio espectro que faciliten su cuidado a falta de redes de apoyo familiar; el financiamiento de los costos crecientes de los servicios de salud a una población en inevitable proceso de envejecimiento; el diseño y sostenimiento de sistemas de pensiones que respondan a las nuevas dinámicas poblacionales; también, los programas de capacitación para adultos mayores que aún pueden ser productivos.
Las tendencias en el crecimiento, estructura y comportamiento responden a procesos extendidos en el tiempo, y casi ninguno tiene marcha atrás. Esto quiere decir que “avisan”; también, que, si no nos preparamos para afrontarlos, nos pasarán por encima, con consecuencias muy negativas. Es algo que ya está ocurriendo.
En un artículo publicado en La Nación el 13 de enero de 1999, el demógrafo Luis Rosero Bixby escribió esta lúcida frase: “Una de las mayores transformaciones sociales de la segunda mitad del siglo –la caída en la fecundidad– la efectuaron las parejas en la intimidad de sus dormitorios”.
Sus efectos no solo se mantienen, sino que se han acentuado. Ni la sociedad ni el Estado debemos esperar más para asumirlos con seriedad. Bastante retrasados estamos.
