La incertidumbre y virtual parálisis política que aquejaban a Corea del Sur desde diciembre concluyeron el pasado martes. En elecciones anticipadas celebradas ese día, Lee Jae-myung, del centroizquierdista Partido Democrático (PD), obtuvo 49% de los votos y se impuso cómodamente sobre su principal rival, el conservador Kim Moon-soo, del Partido del Poder Popular (PPP), que recibió el 41%. El miércoles tomó posesión.
Gracias a la mayoría del PD en la Asamblea Nacional, Lee tendrá un amplio margen de maniobra para hacer frente a los enormes retos que enfrenta el país. Dada su complejidad, el éxito de su abordaje no está asegurado, pero la ruta que trazó en su discurso de investidura genera buenas expectativas.
Esta vuelta a la normalidad político-institucional es una buena noticia, que trasciende el ámbito nacional e incluso regional. Dado el papel tan importante de Corea para la estabilidad del este de Asia, contar con un gobierno legítimo, funcional y con capacidad de acción tiene enorme importancia. Pero sus repercusiones también son globales, por su formidable e innovador aparato económico, por su ubicación en una zona particularmente sensible para la paz mundial, y por el creciente enfrentamiento entre China, su vecino inmediato y principal mercado, y Estados Unidos, su aliado indispensable.
Costa Rica comparte con Corea estrechas afinidades en principios y acción diplomática; además, recibimos cooperación y, desde noviembre de 2019, ratificamos el tratado de libre comercio negociado con Centroamérica. Hasta ahora el intercambio comercial no ha adquirido gran dinamismo, y tenemos un gran desbalance entre lo que le compramos y vendemos, pero existe indudable potencial para fortificar esa relación.
La crisis política en Corea se desató el 3 de diciembre del año pasado, cuando su entonces presidente, Yoon Suk-yeol, del PPP, decretó la ley marcial (casi un intento de golpe de Estado), con falsas acusaciones de “traición” contra el PD. Su intentona, sin embargo, apenas duró seis horas. La población se lanzó a las calles de la capital, Seúl, estableció un cordón de protección alrededor de su Asamblea Nacional y facilitó que sus diputados se reunieran y anularan el decreto.
Siguió un juicio político y la suspensión del mandatario, quien, finalmente, fue destituido por la Corte Suprema el 4 de abril. Sus tareas habían sido asumidas por un ejecutivo interino, pero sin real capacidad de acción.
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El hecho de que, a pesar de esos antecedentes, el candidato de su partido haya recibido cuatro de cada diez votos, es una señal de las profundas divisiones en la sociedad coreana. Superarlas o, al menos, atemperarlas, será uno de los primeros retos que deberá afrontar Lee. En su discurso de toma de posesión, dejó muy clara su voluntad de hacerlo, con una frase que debería resonar en nuestro país: “La unidad es un barómetro de competencia; la división, el resultado de la incompetencia”.
El nuevo mandatario, además, está ante la urgencia de dar mayor dinamismo a una economía afectada por la competencia global en sectores clave, como semiconductores, y la convulsión del comercio internacional generada por el presidente estadounidense, Donald Trump. A ello se suma el desafío social de atemperar las notables brechas generacionales y de género.
En el frente externo, los desafíos serán igualmente grandes; incluso, mayores. Los aranceles unilaterales de Trump, junto a su exigencia de que Corea incremente sus contribuciones financieras por la presencia militar de Estados Unidos en su territorio, están en la primera línea de preocupaciones y consideraciones. Su enorme complejidad se acentúa por la necesidad de mantener, simultáneamente, buenas relaciones con China, principal rival geoeconómico estadounidense, a pesar de las presiones de Washington para que reduzca sus nexos comerciales con el gigante vecino.
También será vital la orientación de las relaciones con Japón. Su brutal conducta como poder colonial, hasta su derrota en la Segunda Guerra Mundial, ha sido un obstáculo monumental para la normalización y la cooperación mutuas. El expresidente Yoon, estimulado por Estados Unidos, facilitó un proceso de acercamiento, que ha llevado a gran coordinación en temas de seguridad entre los tres países. El PPD, y Lee como candidato, han sido más renuentes a ella, pero ya como presidente prometió mantener, e incluso fortalecer, esa alianza, vital para la estabilidad de la zona.
A lo anterior se añade un tema a la vez interno y externo: el riesgo permanente que plantea la dictadura oscurantista y dinástica de Corea del Norte, con un arsenal nuclear creciente, una modernización militar con apoyo de Rusia y una permanente actitud hostil hacia su próspero vecino. Esta es la gran amenaza existencial de Corea del Sur, envuelta en una gran y peligrosa volatilidad.
Lee abordó todos esos temas con gran sensatez en su primer mensaje como presidente, al ser investido en la Asamblea Nacional. La ruta que trazó propone una mezcla de profundo apego a la democracia, moderado cambio y apuesta a la estabilidad, el desarrollo y la seguridad. Es lo que Corea necesita y lo que permitirá que sus aportes a la comunidad internacional sean cada vez mayores.
