El ejemplo de un pequeño grupo de futbolistas de la Liga de Ascenso dio al país una lección trascendental: los valores importan, y no se negocian. Y fue precisamente esa convicción la que llevó a 10 jugadores del Municipal Turrialba a negarse a vender el resultado de un partido, pese a la presión del presidente del club, el entrenador y un empresario, quienes les ofrecieron $300 a cada uno, junto con promesas de ascenso deportivo, incluso con posibilidades de jugar en México, según dijeron a La Nación los mismos jugadores.
En forma unánime, sin pensarlo dos veces, le respondieron “no” al amaño. Fue un acto de valentía, justo cuando el equipo atravesaba una pésima temporada y varios jugadores enfrentaban limitaciones económicas. En medio de esas angustias, la noche del lunes 10 de febrero, optaron por el juego limpio, por su ética y por no manchar el deporte.
“El fútbol no puede ser esto”, declaró el jugador Michael Barrantes Barret días después del 16 de mayo, cuando el periodista Esteban Valverde, de La Nación, reveló la investigación iniciada por la Oficialía de Integridad de la FIFA en Costa Rica, cuyo resultado llevó a la Comisión Disciplinaria de la Federación Costarricense de Fútbol (FCRF) a suspender a los tres dirigentes de toda actividad futbolística durante cinco años.
El capitán del equipo, el exportero Bryan Cordero –quien encabezó la denuncia contra Rolando Pereira (presidente del club), el entrenador mexicano Enrique Valencia y el empresario de esa nacionalidad, Ernesto de la Torre–, habló por primera vez este 19 de julio sobre lo sucedido el 10 de febrero, poco antes del partido contra Cariari.
Debían perder 2-0 en el segundo tiempo y la derrota era necesaria, supuestamente, para pagar deudas. “Comienza a decirme (Valencia) que dejemos los valores de lado, pero de una vez le dije que no me iba a prestar para eso”, relató. Lo dijo un jugador que incluso vendía patí entre sus compañeros para redondear sus ingresos.
“Empezamos el partido perdiendo 1 a 0, pero se hizo un gol nuestro y recuerdo ver a Enrique Valencia y Ernesto de la Torre que se quedaron viendo con cara no amigable. En ese momento, se cayó toda posibilidad de amaño”, agregó.
Finalmente, Cariari ganó 2-1. Sin embargo, ese marcador no cumplía con los requisitos solicitados a los jugadores. En el mundo de las apuestas se paga más por resultados que coincidan con ciertos detalles, como marcadores exactos o remontadas en el segundo tiempo.
Destacables son dos mensajes que los deportistas intercambiaron en WhatsApp y aparecen en la investigación. “Mae, todos dijimos que no. Eso habla muy bien”. “Mae, es que a uno le dicen que lo van a llevar a México y se vuelve loco...”.
Pero esta lección ética tuvo un precio. Barrantes quedó fuera del Turrialba, pero no se arrepiente: “Prefiero quedarme sin equipo que estar en uno donde el fútbol sea lo de menos”, afirmó el 4 de junio.
El caso ha tenido trascendencia internacional. La Interpol, en un boletín emitido el 15 de julio, destacó la sanción anunciada el 8 de julio y el compromiso de la Fedefútbol para combatir la corrupción y preservar el juego limpio. Además, la agencia policial internacional aludió a un texto que aplaude a los futbolistas: “Su inquebrantable dedicación a la honestidad en la cancha envió un mensaje claro, encarnando el espíritu deportivo fundamental en medio de una vorágine de engaños”.
¿Qué hizo posible esa reacción inmediata de los futbolistas? Una explicación está en que los valores no nacen en el camerino. Vienen del hogar, de la formación familiar, del entorno donde cada persona los aprende. Son la cosecha de principios sembrados antes del deporte.
El episodio obliga a repensar el papel del deporte en la educación ética en el país. En un contexto donde la corrupción permea estructuras económicas, políticas e incluso deportivas, el fútbol –con su enorme penetración social– debe convertirse en un escenario de formación en valores.
Ejemplos como este deben ser presentados en las escuelas y colegios porque el actuar de estos jugadores nos recuerda algo esencial: la honestidad es una elección cotidiana, muchas veces incómoda, que se ejerce cuando nadie observa o cuando la presión para ceder es alta.
Decir no, como lo hicieron ellos, es mucho más que rechazar $300. Esa respuesta tiene un valor incalculable pues, en el fondo, lo que defendieron no fue solo el resultado de un partido, sino la integridad de sus nombres, el respeto a su conciencia y el ejemplo que les dejan a sus hijos.
El país, el fútbol y las nuevas generaciones necesitan más jugadores que comprendan que el verdadero legado no está en las medallas ni en los goles, sino en la coherencia entre lo que se cree y lo que se hace. Esa es la herencia que dejaron, un golazo ético.
