
Dos años después de la violencia desatada por las horrendas acciones terroristas de Hamás –el 7 de octubre de 2023– y multiplicada por la brutal respuesta de Israel, se ha abierto una fundada esperanza hacia la paz en la Franja de Gaza. Su posible éxito no está asegurado. Muy lejos de ello. El conflicto israelí-palestino tiene tantos y tan dispares actores, aspiraciones e intereses, y la situación en el Cercano Oriente es tan fluida, que las certezas de hoy, si existen, se pueden disipar mañana.
La esperanza emergió el lunes. Tras una reunión en la Casa Blanca con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el presidente Donald Trump propuso un plan de 20 puntos que abre un camino razonable para avanzar hacia la finalización del conflicto. Su iniciativa merece reconocimiento. A diferencia de otras previas, no solo está encaminada a poner fin inmediato a la carnicería en ese enclave y frenar la tragedia humanitaria. También propone un modelo para su gobernanza y reconoce, aunque con poco énfasis, la aspiración palestina a su autodeterminación y su objetivo de un Estado propio.
El compromiso personal asumido por Trump con esta razonable hoja de ruta, muy distinta de sus inaceptables –y hasta ofensivas– ideas anteriores, podrá darle particular ímpetu. La aceptación de Netanyahu, sin duda presionado por su anfitrión, es un cambio favorable, aunque su naturaleza real aún no es clara, dado que varios de los puntos que contiene no coinciden con sus posturas previas. Hamás, la otra parte clave de cualquier arreglo, ha prometido a mediadores árabes y turcos que lo analizará “de buena fe”, a pesar de que, como en el caso israelí, contiene elementos que antes ha rechazado; en particular, su desarme.
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La recepción ha sido, en general, favorable. La Unión Europea, sus más relevantes países miembros, el Reino Unido y también del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, lo han respaldado. En un comunicado conjunto, los ministros de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita, Catar, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Jordania, Pakistán y Turquía, destacaron “el liderazgo y sinceros esfuerzos” de Trump para finalizar la guerra. A la vez, afirmaron que el proceso debe conducir a la “solución de dos Estados, con Gaza totalmente integrada” a Cisjordania, en “un Estado palestino”. Y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) “dio la bienvenida” a “los sinceros y decididos” esfuerzos de Trump.
La propuesta de Trump incluye un cese inmediato de las hostilidades y la liberación de los 48 rehenes en manos de Hamás (menos de la mitad aún con vida), seguida por la liberación de 250 palestinos condenados a cadena perpetua por Israel y otros 1.700 presos tras los atentados de Hamás. El grupo terrorista deberá desarmarse y no tendrá papel alguno en el manejo de Gaza. Los militantes que renuncien a la violencia recibirán amnistía. Las fuerzas israelíes se retirarán a zonas definidas, y se restablecerá el flujo de ayuda internacional, mediante las Naciones Unidas, la Media Luna Roja y otras instituciones sin relación con las partes en conflicto.
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El control de la Franja será asumido temporalmente por un “comité palestino tecnocrático y apolítico”, supervisado por un “Consejo de Paz”, también transicional, presidido por Trump y con personalidades internacionales, entre ellas, el ex primer ministro británico Tony Blair, uno de los inspiradores de la propuesta. Esta entidad será la encargada de canalizar la ayuda y promover el desarrollo del territorio. Estados Unidos y sus aliados árabes trabajarán para desarrollar una fuerza internacional que se desplegaría de inmediato, y entrenaría a una policía palestina, para que sirva como “la solución de seguridad a largo plazo”.
Los palestinos no serán obligados a emigrar. Israel no ocupará ni se anexará Gaza, una aspiración de sus sectores extremistas, y sus fuerzas se retirarán a un perímetro, dentro y a lo largo de su frontera. Mientras los aliados trabajarán en promover un “diálogo” entre religiones y grupos, basado en “valores de tolerancia y coexistencia pacífica”, Estados Unidos lo impulsaría entre israelíes y palestinos. La ANP, que controla Cisjordania, será reformada, como parte de crear las condiciones para “una ruta creíble hacia la autodeterminación y la estadidad de los palestinos”, que se reconoce como “su aspiración”.
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El contenido del plan y los apoyos –o ausencias de rechazos– recibidos hasta ahora, constituyen la mejor base que ha existido para poner fin al conflicto en dos años de guerra. Sin embargo, dado el carácter escueto de cada uno de los 20 puntos contenidos en apenas 1.127 palabras, mucho está por definirse. Casi que cada paso implicará negociaciones y, por ende, riesgos. Para superarlos, será indispensable un enorme, decidido y metódico involucramiento de países clave, en particular Estados Unidos, además del genuino compromiso del gobierno de Israel y de Hamás.
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La ruta será larga. El éxito habrá que medirlo paso a paso. En cada uno de ellos, las posibilidades de trabas, retrocesos y sabotajes estarán a la orden del día. El riesgo de fracaso será una sombra permanente. Pero al menos se ha abierto una ruta diplomática que no existía. Es la condición necesaria, aunque insuficiente, para seguir adelante. Por esto hay que darle la bienvenida.