Las pensiones voluntarias están creciendo con fuerza en un grupo de la población, y la razón podría estar en la incertidumbre sobre el futuro del régimen de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM), el principal sistema de jubilaciones del país. Esto demuestra que cada vez hay más conciencia de que los planes voluntarios de pensiones no son un lujo ni un recurso exclusivo para quienes perciben altos ingresos. También son una opción real y valiosa para personas de ingresos medios que desean garantizarse estabilidad en su etapa de retiro, como lo informó la periodista Mónica Cerdas, el 2 de junio, en el reportaje titulado “Pensiones voluntarias crecen con fuerza entre un grupo de la población”.
Sin duda, representan una decisión estratégica porque, si bien el IVM sigue siendo el pilar fundamental del sistema, muestra señales de presión financiera que no deben pasarse por alto. Según la última valuación actuarial, podría enfrentar tensiones a partir de 2035 y ver comprometidas sus reservas hacia el año 2047 si no se implementan ajustes oportunos.
En este contexto, contar con un plan de pensión voluntaria es una herramienta útil y al alcance de muchos para fortalecer la seguridad financiera en la etapa de retiro. En el último año, 12.500 personas se afiliaron a estos fondos, lo que elevó el total de afiliados a más de 204.000. No obstante, el 62% de los aportantes tiene 45 años o más, lo cual sugiere que aún persiste un rezago en la toma de decisiones previsionales entre los más jóvenes.
El cambio demográfico también plantea desafíos. En 1980, había 12 personas en edad laboral por cada pensionado; hoy hay menos de 7, y para 2035 esa relación podría caer a 4. En un horizonte de 50 años, podría acercarse a 1. A medida que esta tendencia avanza, el equilibrio del sistema se vuelve más difícil de sostener. Por eso, además de las reformas de fondo que el país debe discutir, el ahorro previsional individual cobra mayor relevancia.
El Régimen Voluntario de Pensiones (RVP) permite a cualquier persona mayor de 15 años ahorrar desde ¢5.000 al mes en colones o $10 en dólares. Sus ventajas son muchas: rentabilidades competitivas, exoneración del impuesto sobre la renta, inembargabilidad de los fondos y posibilidad de retiro desde los 57 años si se cumplen 66 meses de cotización. Además, el ahorro se completa con el Régimen Obligatorio de Pensiones Complementarias (ROP) y el IVM, elevando la tasa de reemplazo y acercándola al 70% del último salario, como recomiendan los estándares internacionales.
El ejemplo del ROP demuestra que, con constancia, un sistema puede madurar y convertirse en un verdadero respaldo para la calidad de vida. Hoy, el ROP aporta aproximadamente un 20% del ingreso de jubilación, una tasa de reemplazo elevada en relación con los aportes realizados. Después de 24 años de existencia, la pensión promedio que otorga el ROP ya equivale al 30% de la pensión promedio del IVM, y ese porcentaje seguirá aumentando conforme el sistema alcance mayor madurez. Al igual que se fortaleció el ROP, resulta indispensable reforzar el desarrollo del ahorro voluntario para completar el triángulo previsional.
Para ilustrar su impacto, en el reportaje del 2 de junio, La Nación presentó estimaciones sobre cuánto podría ahorrar una persona de 45 años que comience hoy. Si tiene un salario promedio de ¢797.462 y destina ¢10.000 al mes a su pensión voluntaria, alcanzaría un ahorro de ¢3,1 millones al momento de su jubilación. Si eleva el aporte a ¢100.000, el fondo podría superar los ¢31 millones. No se trata solo de garantizar una vejez con estabilidad, sino de tener opciones, de mantener la independencia, de preservar el estilo de vida por el que se trabajó toda una vida.
En un contexto donde el 27% de las personas adultas mayores vive en pobreza y el 40% no recibe ningún tipo de pensión, fortalecer el ahorro previsional es una decisión prudente. El reto está en llegar a las nuevas generaciones. El Ministerio de Educación Pública (MEP) incorporó contenidos de educación financiera en la malla curricular de secundaria desde el 2012. Sin embargo, esta educación no ha sido consistente ni suficientemente reforzada. Urge dotarla de continuidad, profundidad y enfoque práctico, porque pensar en el futuro previsional empieza por construir desde edades tempranas una verdadera cultura de ahorro.
La Superintendencia General de Entidades Financieras (Supén) y las operadoras también deben redoblar sus esfuerzos de información y promoción. Pero el mensaje más fuerte debe llegar desde el hogar –ojalá a partir de la adolescencia o el primer salario– y propagarse de boca en boca. El ahorro previsional voluntario debe verse como una red de protección edificada con disciplina y visión. Es necesario convencer a los jóvenes de que sí pueden –y deben– construir su propio respaldo. Eso hará la diferencia mañana.
