
La noticia adelantada en exclusiva por La Nación, el pasado 20 de octubre, parecía tan increíble que era necesario pestañear y leerla varias veces: Costa Rica será la sede de un campeonato mundial de fútbol en categoría mayor. Pero es cierto. Nuestro país recibirá tan alto honor para la Copa del Mundo Femenina del 2031, como coorganizador junto a Estados Unidos, México y Jamaica.
Todavía falta la ratificación oficial de FIFA, un sencillo trámite que llegará en un congreso en abril próximo. Como no hay más candidaturas, se da por un hecho que la propuesta pasará los filtros, y los cuatro países de Concacaf albergarán el evento. Será el primer mundial femenino de la historia con 48 países, lo cual maximiza el impacto hacia el resto del planeta.
Ya Costa Rica había albergado dos citas femeninas en categorías menores: Sub-17 en el 2014 y Sub-20 en el 2022. Esos fueron los primeros peldaños, cuyos sobresalientes resultados –sumados al trabajo del actual Comité Ejecutivo, que preside Osael Maroto– permiten ahora la distinción de una competencia para mayores, que obviamente concentrará mucha más atención e implica retos adicionales.
Un mundial mayor involucra a todo un país, desde el Estado hasta las estructuras del fútbol y el sector privado, con hotelería, comercio, etc. El que sean cuatro anfitriones aumenta la dificultad de la organización, pues primero hay que articular un solo brazo interno que agrupe los sectores mencionados; de ahí, coordinar con los otros tres países, y luego atender los requerimientos de FIFA.
Los retos de Costa Rica para un evento de esta magnitud son prácticamente los mismos que afectan la cotidianidad ciudadana actualmente: congestionamiento vial, crisis de seguridad, precios competitivos en el turismo, entre otros. El Mundial no resolverá todo esto, pero Costa Rica quedará bajo los reflectores y, para aprovechar esta vitrina, hay que asegurar las mejores condiciones posibles.
Otro de los principales desafíos es presentar una Selección competitiva. Del anfitrión siempre se espera un buen papel deportivo, lo cual es factor de motivación para que los aficionados locales se involucren en el torneo.
Costa Rica ha tenido problemas para armar un buen equipo nacional, pese al notorio esfuerzo de la Federación. Está recién nombrada la brasileña Lindsay Camila, con la expectativa de que encabece el camino hacia el Mundial de Brasil 2027 y que, a más largo plazo, llegue hasta el 2031.
También sigue orbitando el tema del profesionalismo en el balompié femenino, una reivindicación muy justa que las futbolistas exige desde hace varios años. Sin embargo, el profesionalismo no se va a conseguir a través de una orden de la Federación de Fútbol, o de FIFA, o del Ministerio del Deporte. Ojalá fuera tan fácil.
Un paso así corresponde a una lógica de mercado que se incuba durante años y que entrelaza a jugadoras, clubes, entidades federativas, patrocinadores, medios de comunicación y, por supuesto, en la base de toda la pirámide, los aficionados.
Las futbolistas muestran un compromiso a prueba de todo, dispuestas a entrenar en medio de carencias y a combinar la carrera deportiva con el trabajo y los estudios; todo, con tal de cumplir su sueño.
Por el contrario, el aporte de los equipos ha sido dispar estos años, salvo uno que sobresale con mucha diferencia. Liga Deportiva Alajuelense instauró una monarquía que ya va por ocho títulos consecutivos y que amenaza con prolongarse.
Es recomendable abrir la discusión, por incómoda que sea, sobre si tal nivel de dominio es lo que más le conviene al fútbol femenino en este momento, cuando busca disparar su crecimiento. En otros contextos, una dinastía genera atención entre el público, pero en nuestra realidad vuelve el campeonato aburrido, predecible y poco atractivo. ¿Para qué dedicarle tiempo si todo mundo sabe lo que va a pasar al final?
No se trata de castigar a la institución que está haciendo mejor las cosas y que, a fin de cuentas, es la única que parece haberse tomado en serio su división femenina. La idea es crear las condiciones para que los demás clubes también desarrollen procesos exitosos y presenten opciones reales de pelear por el título. Es de esa competencia, de la incertidumbre y la efervescencia, de donde se alimenta el interés de la gente y se amarra la fidelidad que se traduce en venta de entradas, ratings de televisión y atractivo para los patrocinadores; es decir, lo que activa todo el mercado y lo convierte en una industria profesional y estable.
Quedan seis años, que para el desafío de un mundial se terminan volviendo cortos. Pero las recompensas valen la pena: mejora en infraestructura deportiva, promoción del país en un valioso escaparate e impulso al deporte con visión de género, por mencionar algunos beneficios.
Es una apuesta emocionante e histórica. Muchos otros países desearían tener el honor de organizar una copa del mundo. Costa Rica se ganó ese derecho y ahora nos corresponde quedar a la altura.
