
Los presidentes de Colombia, Gustavo Petro, y Estados Unidos, Donald Trump, se han precipitado en una estridente y peligrosa guerra verbal, acompañada por represalias y amenazas de este último, que solo perjuicios traerán a ambos países.
La creciente militarización del Caribe sur, la personalidad explosiva de ambos mandatarios, la gravedad de las diatribas intercambiadas, con insultos de Trump hacia Petro, y su no muy velada referencia a posibles ataques contra narcotraficantes en Colombia, han llevado la tensión a niveles nunca vistos en sus relaciones.
Pero las consecuencias no se quedarán en el plano bilateral: vulnerarán aún más la estabilidad y el combate regional contra el narcotráfico, e incrementarán los recelos en las relaciones hemisféricas.
Es hora de buscar vías para atemperar los ánimos, emprender e intensificar los esfuerzos diplomáticos con rapidez y prudencia, y buscar un camino para que Petro y Trump salven cara y puedan evitar daños peores. Los dos harían muy bien en poner atención a lo que el expresidente colombiano y Premio Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos, dijo el lunes, durante una actividad organizada en Barcelona por el grupo de medios Prisa: “Si se trata de luchar contra el narcotráfico y el crimen organizado, ¿qué mejor que el mayor consumidor del mundo y el mayor productor del mundo estén peleando? ¿Quién gana? El crimen organizado”.
El conflicto comenzó cuando, tras el ataque letal de Estados Unidos contra una embarcación que, según la versión colombiana, estaba en sus aguas territoriales y en la que viajaba un pescador de ese país, Petro utilizó la red social X para lanzar una severa acusación. “Funcionarios del gobierno de Estados Unidos han cometido un asesinato y violado nuestra soberanía”, escribió en la red social X.
Muy poco después, Trump respondió con insultos personales en su red Truth Social. Entre otras cosas, calificó a Petro como “un líder del narcotráfico que incentiva la producción masiva de drogas, tanto en campos grandes como pequeños, por toda Colombia”. Además, anunció la suspensión de la ayuda al país, cuyo monto restante para este año no fue divulgado.
En referencia a las plantaciones de coca, lo conminó a “cerrar estos campos de exterminio de inmediato, o Estados Unidos se los cerrará, y no lo hará de una forma amable”. La amenaza no pudo ser más clara. Por su parte, el senador republicano Lindsey Graham anticipó un incremento de los aranceles a las exportaciones colombianas hacia Estados Unidos, algo que no ha sido confirmado oficialmente.
La reacción de Petro fue severa, pero sin insultos directos, lo cual podría abrir un camino hacia la reducción de la escalada. Además, la Cancillería colombiana parece haber tomado el control de la crisis, lo cual augura, al menos, un abordaje más prudente de su parte.
Ambos presidentes han tenido otros enfrentamientos en meses pasados. En enero, pocos días después de llegar a la Casa Blanca, Trump anunció tarifas confiscatorias a Colombia cuando Petro se negó a recibir un avión militar estadounidense con deportados. Casi de inmediato, sin embargo, cedió y aceptó su repatriación en uno de su propia fuerza aérea.
El mes pasado, el Departamento de Estado le canceló la visa a Petro, cuando, tras dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas, participó en una manifestación contra el gobierno israelí y prácticamente llamó a la desobediencia militar. Además, Colombia fue “descertificada” recientemente como socio en la lucha contra el narcotráfico.
Más grave aún, desde una perspectiva regional, es que el nuevo episodio de crisis surge como un resultado colateral de un enorme despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe sur. Su propósito declarado es atacar a los narcotraficantes que transportan drogas en aguas internacionales, algo que no justificaría ni el grado de movilización ni el tipo de armas, barcos y aviones utilizados. Por esto, todo indica que su propósito real es desestabilizar y, eventualmente, forzar la caída de la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela.
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Además, es muy probable que pretenda crear, para consumo mediático en Estados Unidos, la imagen de fuerza que Trump cultiva y que tanto celebran sus partidarios más fieles.
Al margen de lo anterior, y de lo justificado o no que sea la masiva muestra de poder militar, es indudable que ha creado un clima de alta tensión en la zona y que puede escalar mucho más. En la medida en que Colombia sea involucrado en ella, la naturaleza de la operación cambiará y se tornará aún más riesgosa.
A diferencia de Venezuela, donde existe una dictadura ilegítima, en este caso estamos ante un gobierno elegido democráticamente. Aunque muchas de sus decisiones sean cuestionables, es a los colombianos a quienes, mediante los mecanismos institucionales legítimos, les corresponde premiarlo o penalizarlo.
Es momento para la madurez, no para los desplantes. Petro lanzó la primera estocada, con innecesaria imprudencia, pero sin irrespetos personales; en respuesta, Trump acudió a los insultos, represalias y amenazas. Petro ha dado tenues muestras de bajar el nivel. Correspondería ahora a su colega –aunque más poderoso y más prepotente– dar el siguiente paso hacia una salida razonable.
