En la mayor remontada electoral de la historia canadiense, el Partido Liberal superó, el lunes, más de 25 puntos de rezago que lo separaban de su rival, el Partido Conservador, hace apenas cuatro meses. Logró una victoria que, aunque modesta, añadirá cuatro años a los diez que ha estado en el poder de forma ininterrumpida. Como resultado, el actual primer ministro, Mark Carney, será el encargado de afrontar el mayor desafío que, además, fue la principal razón de su admirable triunfo: la guerra tarifaria del presidente estadounidense, Donald Trump, y sus amenazas de convertir a Canadá en el estado 51 de su país. A este se añaden importantes retos de otra índole.
Cuando, en enero, el también liberal Justin Trudeau renunció al cargo en medio de una gran impopularidad, el Partido Conservador parecía imbatible en las elecciones que deberían celebrarse antes de octubre de este año. La campaña de su líder, Pierre Poilievre, había adoptado como lema “Canadá primero”, y en su plataforma coexistían mensajes de conservadurismo social, desregulación económica, apuestas a la producción de hidrocarburos, y elementos de “guerras culturales” similares a los de Trump.
Estas similitudes se convirtieron en un factor de su identidad y en un impulso inicial de su campaña. Sin embargo, pronto se convirtieron en una carga que adquirió características tóxicas, por el profundo rechazo de una mayoría de los canadienses a los aranceles unilaterales decretados por Estados Unidos y, sobre todo, a los desbocados ímpetus anexionistas del nuevo presidente republicano.
En marzo, Carney, ganó con contundencia el liderazgo liberal para suceder a Trudeau y se convirtió en primer ministro. Sus dos grandes impulsos fueron su posición de firmeza ante el poderoso vecino del sur y su imagen de competencia económica, como exitoso banquero central de Canadá durante la crisis financiera de 2008-2009, y del Reino Unido tras su salida de la Unión Europea. A pocas semanas de asumir la cabeza del gobierno, decidió convocar a elecciones anticipadas. Poilievre, por su lado, no pudo reposicionar a tiempo y con convicción su imagen y propuestas, y los conservadores comenzaron a perder ventaja.
Conforme avanzó la breve campaña, comenzó a darse el traslado de simpatizantes de otros partidos (el Bloque Quebequense, autonomista; los Nuevos Demócratas, de izquierda, y los Verdes) hacia los dos grandes competidores. Este fenómeno de polarización benefició mayoritariamente a los liberales, pero también a los conservadores, quienes, a pesar de la derrota, obtuvieron el mayor porcentaje de votos de su historia (poco más de 41%), frente a casi el 44% de los triunfadores.
El conteo final indica que los liberales quedarán a tres asientos de los 172 necesarios para la mayoría absoluta en el Parlamento de 343 miembros, pero podrán gobernar cómodamente con el apoyo de alguno de los otros partidos minoritarios para impulsar su ambiciosa y compleja agenda.
En su discurso de la victoria, Carney no se guardó palabras frente al desafío que enfrenta Canadá. “Los estadounidenses pareciera que quieren nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua, nuestro país. ¡Nunca!”, dijo, y añadió: “Estas no son amenazas vacías. El presidente Trump está tratando de quebrarnos, para que Estados Unidos pueda poseernos. Esto nunca, jamás, sucederá”.
A la vez, le tendió una rama de olivo. Dijo que no acentuará las medidas compensatorias ya tomadas ante los aranceles estadounidenses y se manifestó dispuesto a buscar nuevos acomodos comerciales y de seguridad con su vecino. Se trata de una posición realista, por lo integradas que están las economías de ambos países y el hecho de que las exportaciones canadienses a Estados Unidos representan el 77% del total. Como parte de su estrategia, Carney también apuesta a un mayor acercamiento económico y defensivo con Europa y a la diversificación de sus mercados, algo que, sin embargo, tomará tiempo.
Su otro gran desafío será reactivar la economía, que padece de una decreciente productividad, un ingreso per cápita que se ha reducido, en promedio, 0,4% anual desde 2020, rigideces laborales, y escasez y altos precios de vivienda. A esto se añaden diferencias económicas, políticas y sociales entre sus provincias, que se han reducido ante la agresividad de Trump, pero tienen hondas raíces.
En un reciente artículo publicado por la revista The Economist, Michael Ignatieff, académico y líder liberal entre 2008 y 2011, escribió lo siguiente: “Mantener al país unido, mientras repele el desafío de Trump y aumenta la productividad, pondrán a prueba, hasta sus límites, al próximo primer ministro”. Entonces no se sabía quién sería esa persona. Los votantes expresaron con claridad su preferencia el lunes. Todo indica que hicieron la mejor escogencia posible.
