
Dos notorios e impactantes acontecimientos pusieron de manifiesto, hace pocos días, el creciente poder económico, diplomático y militar de China, y la clara determinación de usarlo para impulsar sus ambiciones globales. Estas incluyen reforzar su régimen de partido único, ampliar y consolidar su poder en la región indo-pacífica, erosionar la capacidad de influencia de las potencias democráticas, consolidar mercados que le provean de insumos y compren sus productos, e impulsar un “nuevo orden” de gobernanza global afín a sus intereses.
Ambos acontecimientos tuvieron ubicación y naturaleza distintas, pero convergieron hacia ese mismo fin. El primero se asentó en la retórica e iniciativas de cooperación, estabilidad y desarrollo, y recibió impulso de un facilitador involuntario, pero eficaz: el presidente Donald Trump. El segundo consistió en un despliegue de poder militar puro y duro, el mayor de su historia. Ambos generan inquietud.
Entre el 31 de agosto y 1.° de setiembre, el presidente Xi Jinping fue anfitrión, en la ciudad de Tianjin, de una cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), entidad fundada en 2001, que actualmente cuenta con diez países miembros; entre ellos, además de China y Rusia, están India, Pakistán e Irán. Se les unieron, como invitados, poco más de una docena de jefes de Estado y gobierno, procedentes del sur y sudeste asiático y del Cercano Oriente.
El principal éxito de Xi en este encuentro se conocía desde antes de comenzar: la asistencia del primer ministro indio, Narendra Modi, en su primera visita al país en siete años. Atrás pareció quedar una relación marcada por serias disputas entre los dos gigantes asiáticos. Aunque estas sigan vigentes, han dado paso a gestos de mayor entendimiento y eventual cooperación.
Su significado tangible no se puede exagerar, pero sí marca un deliberado distanciamiento público de India respecto a Estados Unidos, por tres razones esenciales: los aranceles punitivos impuestos por Trump (del 50%), su acercamiento al archirrival Pakistán, y el gran enojo que causó a Modi el que se atribuyera el cese de los recientes choques militares entre ambos vecinos nucleares.
El gran riesgo es que, tras tantos –y también exitosos– esfuerzos de Estados Unidos por forjar fuertes lazos con India y reforzarla como contrapeso a China, Modi opte por nuevos balances en sus relaciones. Ya son muy estrechas con Rusia, y recibieron nuevo impulso tras su encuentro bilateral con el dictador Vladimir Putin, durante la cumbre.
Más allá de impulsar este triángulo de potencias tan disímiles, el unilateralismo errático de Trump, sus guerras comerciales, su repliegue de instituciones internacionales clave y sus ambivalencias sobre las alianzas, contribuyeron al éxito de la cumbre y, por ende, de China. Impulsaron su objetivo de atraer países y presentarse como un aliado estable y confiable, interesado en el respeto mutuo, la paz, las relaciones igualitarias, el comercio basado en reglas y un liderazgo constructivo.
La realidad es muy distinta y nada benigna. China la demuestra constantemente con sus acciones. Entre ellas están la solidaridad con Putin en su agresión contra Ucrania; el apoyo al sanguinario régimen de Kim Jong-un en Corea del Norte; el proteccionismo y los subsidios internos, que violan las normas comerciales; el irrespeto a los derechos humanos de su población, y las reiteradas violaciones territoriales contra sus vecinos más débiles en el mar del Sur de la China. Sin embargo, a falta de una contraparte tan o más poderosa, respetuosa y confiable, como tradicionalmente ha sido Estados Unidos, la influencia china crece. Se demostró en Tianjin.
En Pekín, el miércoles 3, el mensaje, aunque siempre envuelto en pacifismo y colaboración, tuvo otra tónica: China como gran potencia militar. El instrumento fue un impresionante desfile castrense, coreografiado hasta sus últimos detalles, para festejar los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial en Asia y, de paso, presentar al país como gran arquitecto de la derrota japonesa.
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Más importante aún, sin embargo, fue exhibir sus armamentos ultramodernos, entre ellos misiles supersónicos e hipersónicos, drones submarinos, robots militares y tanques “invisibles” para sus atacantes aéreos.
Si durante la reunión de la OCS la amistosa pose de Xi, Putin y Modi se convirtió en la foto emblemática; en esta oportunidad fue la de Putin y Kim flanqueando al anfitrión en la tribuna principal, a la entrada del Templo del Cielo, donde en 1949 Mao Zedong anunció la fundación de la República Popular China. A su alrededor, otros dirigentes de índole muy similar. Simbolismo de continuidad, sin duda, pero también de convergencia autocrática explícita, que desdice las buenas intenciones proclamadas y debe causar preocupación sobre sus ambiciones globales.