
Las investigaciones que, con resultados preliminares, revelan la presencia de micropartículas de plástico en varias playas de Costa Rica deben ser una voz de alerta para revisar los usos de este material y explorar acciones que eviten las secuelas de su abuso.
Gracias a un proyecto que se inició en 2019 y aún continúa, científicos del Colegio de Químicos y la Universidad de Costa Rica han realizado pesquisas en la arena y aguas de 40 playas del país. En todas ellas encontraron diversos niveles de concentración de microplásticos, nombre con que se da a los residuos milimétricos o microscópicos generados por su uso y desuso.
El tamaño puede ser tan pequeño que, con frecuencia, se mide en micrones (la milésima parte de un milímetro); es decir, escapan al ojo humano y poseen una capacidad casi infinita de filtración. Por lo mucho que tardan en degradarse, algunos estudiosos los ubican en la categoría de “partículas eternas”, al menos para los ciclos de vida humana.
Estudios similares a los nacionales, realizados alrededor del mundo, han arrojado resultados muy parecidos, a menudo con grados de concentración aún peores que los encontrados en esas 40 playas. Pero los microplásticos no solo están presentes en ambientes marinos. También se encuentran en el aire, los alimentos, la ropa, la pintura y el agua potable. Incluso han aparecido en muestreos realizados en las nieves de la Antártida.
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Como resultado de esta ubicuidad, penetran en nuestros organismos y pueden generarles diversos tipos de daños. Aunque todavía no se ha logrado determinar de manera concluyente su impacto en la salud, estudios científicos en múltiples países han detectado efectos negativos en las vías respiratorias, la sangre y la química de nuestras moléculas, entre otros.
Estamos, por tanto, ante un preocupante fenómeno que, al menos hasta ahora, tiene efecto acumulativo, por la omnipresencia creciente del plástico. Y a la difusión de sus micropartículas se añade otra dimensión claramente visible: la extrema contaminación ambiental causada por sus incontrolados desechos, con impacto devastador en los ecosistemas.
Para contener la diversidad de efectos, la solución no pasa por una satanización del plástico, sino por su adecuado uso y, sobre todo, por la contención, regulación y castigo de su abuso.
Cuando decimos “usos”, nos referimos a las funciones positivas que cumple. Entre ellas están los nuevos materiales a los que ha dado origen, que han sido esenciales, por ejemplo, en la industria de la construcción o en la manufactura de múltiples piezas, mecanismos y productos de gran utilidad y a costos relativamente bajos. Hay que sumar su capacidad de sustituir recursos naturales que, de otra manera, podrían verse afectados, como la madera o el caucho; también, sus múltiples funcionalidades en otros ámbitos de la producción y el consumo.
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El gran problema es el abuso, que implica excesos en su aplicación, desperdicios e inadecuada disposición de los desechos. Nuestras playas son un pésimo ejemplo viviente. De ahí que sea tan importante regular responsablemente el empleo del plástico, tanto a escala nacional como global. Esto último, sin embargo, ha sido particularmente difícil. De hecho, a mediados de agosto fracasó un proceso negociador para suscribir el primer tratado mundial sobre la contaminación del plástico. Razón: el bloqueo de países petroleros interesados en proteger sus industrias petroquímicas y aumentar cada vez más su producción. A ellos se sumó Estados Unidos.
En Costa Rica, hemos logrado avanzar en la parte regulatoria. En 2019 fue aprobada la Ley para Combatir la Contaminación por Plástico y Proteger el Ambiente, orientada, sobre todo, a contener los plásticos de un solo uso. Tardó excesivamente en entrar en vigencia, por falta de reglamento, pero al fin comenzó a aplicarse, aunque tímidamente, el 20 de abril del pasado año.
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Pero no basta con esto. Contra la contaminación, todos tenemos la responsabilidad de la adecuada disposición de los desechos, del reciclaje y los usos repetidos. Para reducir el impacto de los microorganismos, también son necesarios cambios en la conducta individual, como reducir la compra de alimentos altamente procesados, poco saludables y casi siempre empacados en plástico; evitar los envases del material en hornos de microondas, y ser rigurosos en la limpieza doméstica.
La voz de alerta que nos han dado los investigadores nacionales no debe caer en el vacío. Y aunque el tema es parte de un desafío global, el imperativo de las acciones adecuadas debe ser atendido en todas partes.