El libro El Hereje, publicado por Miguel Delibes en 1998, cuenta la historia de Cipriano Salcedo, un exitoso comerciante católico de Valladolid que, en los años 1500, tuvo interés por conocer la creencia protestante que empezaba a expandirse por Europa, principalmente por las enseñanzas del alemán Martín Lutero.
Cipriano Salcedo participó en células clandestinas que se reunían para compartir las enseñanzas protestantes y osó viajar a Alemania para regresar, en barco, con libros prohibidos. Entre los miembros de la congregación, incluso había sacerdotes católicos.
Todo transcurría con normalidad hasta que alguien los delató ante la Iglesia católica e intervino el Santo Oficio: la Inquisición.
Según el proceso judicial-religioso, el gran delito de Salcedo fue creer que, para obtener la salvación, no eran necesarias las obras, sino que bastaba el sacrificio de Jesucristo, explica la novela. Por ello, se le condenó a morir quemado por hereje en un espectáculo que el público disfrutó a lo grande, con tarimas y ventas callejeras. El escarmiento llegó al grado de que se quemaron los restos de integrantes de la congregación que habían fallecido antes de ser descubiertos, pero que fueron delatados por otros compañeros sometidos a tortura.
En nuestra civilización, podemos observar que se trató de un juicio irracional por un delito inexistente. Sin embargo, para muchos, siguen existiendo herejes y la amenaza de las persecuciones sigue vigente.
La razón es que la herejía no consiste en pensar o actuar de una u otra forma, sino en representar una amenaza para quien ostente el poder.
La prueba de ello es que la persecución de los herejes no solo la aplicó la Iglesia católica. Los protestantes también la pusieron en práctica cuando ejercieron el poder. Tal es el caso de los puritanos que enjuiciaron y condenaron a supuestas brujas en Nueva Inglaterra.
Crear, en la mente colectiva, la idea de que existe la herejía es una estrategia para aniquilar enemigos, dar espectáculo, diseminar el temor y fortalecer el poder. A la vez, consiste en destruir a quienes piensan diferente, doblando sus conciencias. Lo hemos visto en Venezuela, en Nicaragua y lo sentimos cada vez más cerca. Hoy, los sacerdotes católicos son perseguidos por el régimen de Daniel Ortega, mientras Nicolás Maduro logra pactos con iglesias evangélicas.
Aún a estas alturas de la civilización, muchos siguen viendo herejes entre los otros, en todo aquel que no es como yo. El problema es cuando la búsqueda de los herejes la emprenden quienes ejercen el poder, y nadie les pone freno.
El poder debe tener autocontrol, pero además debe tener control. Sin embargo, la verdadera capacidad para detener la persecución irracional reside en la gente, en su disposición para abrir los ojos ante las injusticias.
Pocos días antes de acudir a su condena en el tablado, relata El Hereje, Cripiano Salcedo recibió en la cárcel la visita de su tío Ignacio, quien era muy cercano al poder, y este le dijo al oído: “Algún día, estas cosas serán consideradas como un atropello contra la libertad que Cristo nos trajo”. Cuidado con la descivilización.
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Esteban Oviedo es jefe de Redacción de La Nación.