Por estas temporadas, recuerdo un relato viejo. Un colega alemán me contó hace varios años que en sus viajes por el mundo nunca vio una tristeza tan completa como en la población en la Selva Negra, una sierra montañosa llena de abetos, al sur de su país.
Señaló que era mayor cuanto más frío hiciera, aludiendo, sin saberlo, a la llamada tristeza de invierno, incluida generalmente en la etiqueta “trastorno afectivo estacional”, consignada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.
Que las personas suelen sentirse más abandonadas, tristes y enojadas en esta temporada es muy conocido, pero disimulado, pues sobre esta realidad se publicita una felicidad exagerada.
Se supone que nos veremos con mucha gente, reiremos, comeremos y habrá música y regocijo. También, que recibiremos regalos y ¡tantas invitaciones, que tendremos que elegir!
El ideal es que el tiempo no nos alcance para tanta alegría y que la sonrisa quede estampada en nuestro rostro hasta entrado enero.
Según la región de donde seamos, las rosquillas, el chicheme, la pierna asada, el tamal, el rompope, la mazamorra y el arroz con leche inundarán nuestro paladar. Perfumes, medias, teléfonos, pantalones, carteras y juguetes anegarán las casas, como regalos generosos.
Dependiendo del sentido social del gusto, para decirlo como Pierre Bourdieu, escucharemos en el aire el Feliz Navidad, de José Feliciano; El año viejo, de Tony Camargo, Carita de tugurio, de Óscar Domingo; Campana sobre campana, de Manuel Navarro Mollor; All I Want for Christmas Is You, de Mariah Carey; O Holy Night, de Adolphe Adam, o Carol of the Bells, de Mikola Leontóvich.
Cuando menos para alguna gente, estas son las peores épocas, en parte, porque se espera que seamos muy felices, y, dada la expectativa, la calamidad se vuelve más grosera.
También porque algunas instituciones, como las familias o amistades, aprovechan la ocasión para quitar afecto, reconocimiento o compañía a quienes poco dan el resto del año, y, de paso, dañar aún más de lo ordinario.
Esa felicidad será un cuento de Navidad para las 390.509 familias que, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Hogares del INEC, viven en condiciones de pobreza. También, para quienes tengan lazos afectivos con las víctimas de homicidios, ocurridas en tal cantidad que el país corre el riesgo de acercarse a cifras de naciones centroamericanas más violentas, según el último Estado de la Nación.
Las felices fiestas serán una mentira para las mujeres y la niñez que son blanco de “hombres agresores que atacan físicamente”, según el mismo informe.
Es una estación que muestra con cierto simbolismo macabro a niños quemados con pólvora hecha y comprada para dar sonidos y colores al júbilo.
Las fiestas de fin de año se convierten más bien en el escenario de lo que anda mal en lo institucional y en lo individual: lo feo, malo y duro se agudizan. La soledad se siente más, los golpes e insultos aumentan, el matonismo familiar se dramatiza cuando todos permanecen cautivos en una misma casa y la pobreza parece crecer.
Ningún héroe salvará al país
Sería, por tanto, un buen momento para vernos fríamente como país y reflexionar sobre cuál compromiso tiene cada sector de la sociedad —también ustedes y yo— y qué podemos hacer para cambiar. Será una oportunidad para responder con sinceridad a la pregunta sobre cómo contribuir al país.
Es importante tener claro que nada de lo que está mal va a cambiar sin acciones concretas y que estas implican, sí o sí, recursos económicos y buenas voluntades políticas, empezando por un diálogo franco, respetuoso y colaborativo entre las personas a las que les dimos un cargo con nuestro voto. Es mejor, por realista, partir de que nada bueno vendrá si no peleamos por ello.
No lograremos cambiar el mal rumbo que llevamos culpando caprichosamente a otros, quebrando puentes que hasta el propio queda en ruinas, como muestra el 69 % de la población que tiene poca o ninguna confianza en la capacidad del gobierno, de conformidad con la última encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica (CIEP).
En su lugar, lo que debemos hacer es responsabilizar, que es diferente, porque esto último se realiza dentro de los límites del sistema democrático, y tiene resultados.
El objetivo de lo primero, en cambio, es atizar la fragmentación social para evadir obligaciones y sacar provecho electoral, como hace el partido en el gobierno y también ciertos grupos que culpan a una clase social “privilegiada” desde el confort del propio privilegio.
Votar no es botar
Aunque elijamos, nos corresponde el deber cívico de cuidar nuestro amado país. Critiquemos con honradez, coraje y respeto todo aquello que destroce nuestra democracia.
No solo debemos hacer frente a las grandes corrupciones, sino también a las más pequeñas, porque preparan el terreno para que la frontera sea elástica y cualquiera esté seguro, como quienes delinquen, de que algún derecho le asiste.
No acuerpemos la censura de las libres opiniones —consagradas en el artículo 28 de la Constitución Política—, vengan de donde vengan, nunca. Dispongamos de la integridad suficiente para resguardar los criterios ajenos, sobre todo, cuando estemos en desacuerdo con ellos.
Afrontemos con malicia los populismos, que siempre traen consigo los discursos de odio, el autoritarismo y el personalismo político.
Demandemos de la clase política que remedie la pobreza intelectual que padece. No se trata de que pongan “caras nuevas”, “candidatos jóvenes”, sino de que cada partido político sea, a la vez, un centro de pensamiento y reflexión sobre el país.
Atribuyamos la desigualdad a quienes corresponde, demandando políticas y acciones. En particular y en nuestra vida cotidiana, esforcémonos más por aceptar, en todos sus extremos, las diferencias de opinión y estilos de vida sin imponer y sin presentarnos como modelos morales de nadie.
Propósitos nuevos
Este diciembre, llegaron ya, otra vez, los aires fríos al país y con ellos podría aumentar la calamidad, pero no será su causa.
Cuando la expresión popular dice que “el frío no está en las cobijas”, lo que da a entender es que se padecerá según los recursos con que se cuente, y de todos, digo yo, los fundamentales tienen que ver con la igualdad y el afecto.
Así que, siguiendo la costumbre de hacer propósitos de año nuevo —proveniente, al parecer, de la cultura romana antigua— propongámonos hacer un pacto social en beneficio de nuestra democracia (que no es tal sin igualdad y paz), que tendría como primeros pasos pensar y hablar sobre lo que nos pasa, y recordar que, como afirma la escritora española Laura Freixas, la democracia es más que votar, es reflexionar, debatir y formarse una opinión.
La autora es catedrática de la UCR y está en Twitter y Facebook.