El 14 de julio de cada año, el mundo celebra la Revolución Francesa. Es el recuerdo de la toma de la Bastilla, encarnación en piedra de la opresión monárquica. Es solo un símbolo. Lo fue en 1789 y lo es ahora. Quedó en el imaginario de Occidente como el punto de inflexión con que arranca la historia contemporánea.
Pero el giro de época que representa no nació ni terminó ahí. Caprichosa como lo es la historia, la toma de la Bastilla recapitula cambios de paradigmas económicos, políticos y sociales. Marca el serpenteante tránsito de feudalismo a capitalismo, de monarquía a república, de despotismo a democracia.
Si el drama francés representa tanto es porque su desarrollo errático condensó todas las tragedias políticas modernas. Es entelequia de todos los libretos revolucionarios, donde fluyen ríos de heroísmos y miserias, ideales y traiciones, radicalismo y moderación. De su inspiración surgieron las ideologías de izquierda y derecha. Nacida con vocación consensual, una borrachera de unanimidad barrió los privilegios feudales, 20 días después de la toma de la Bastilla. Eso se olvida porque la intransigencia hizo imposible, luego, la monarquía constitucional, azuzó extremismos y empantanó la moderación. El rey perdió la cordura y, luego, la cabeza. Apenas cuatro años después, París levantó guillotinas bajo terror totalitario.
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Grandes frases acompañan grandes eventos. Yo retengo dos de la Revolución Francesa. Una, en palabras del moderado girondino Vergniaud, antes de su ejecución: «la revolución devora a sus propios hijos». Otra, de la también girondina, Manon Roland, también ante la guillotina: «¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!».
Entre Bastilla y democracia, Francia esperó 82 años. Solo logró vida republicana, bajo bayonetas prusianas, en 1871. ¿Qué conmemoramos ahora? El inicio de un proceso que también incluyó Napoleón, guerras en toda Europa y, en 1815, el fatídico retorno de los Borbones al poder.
Moraleja: las democracias más eficientes de Europa no nacieron de revoluciones violentas. Fueron, más bien, producto de evoluciones culturales, mayoritariamente pacíficas, con sus avances y retrocesos. ¿Y la Bastilla? Ahí está como memoria gloriosa, trágica y contradictoria. Si yo hubiera nacido en esa época, habría sido girondina o… ¡exiliada en Austria!
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.