Recuerdo con cierta desazón cuando, en mi época de escuela, nos decían que el agua era un recurso inagotable.
Crecí con la idea de que el agua siempre iba a salir del grifo y generaría electricidad suficiente para encender todos los bombillos.
Años después, resulta triste comprobar que los libros de aquel entonces nunca describieron la compleja situación que afrontaríamos ahora.
La sequía causada por el fenómeno de El Niño ya pasa una cara factura a los costarricenses y al ambiente.
El déficit de agua obligó al Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) a disparar la quema de combustible para producir energía.
Lo anterior debería sonrojar a un país que se jacta de su matriz eléctrica limpia, pero, al mismo tiempo, encarece las tarifas.
Además, comunidades enteras sufren durante la estación seca por los cada vez más frecuentes racionamientos.
Echarle toda la culpa al cambio climático es irresponsable, porque desde hace muchos años conocemos los posibles efectos de este fenómeno.
Sin embargo, en vez de tomar decisiones oportunas y visionarias, preferimos patear la bola para adelante. Craso error.
En la actualidad, sufrimos las consecuencias de no haber promovido, por ejemplo, otras fuentes de energía, tales como la solar y la eólica.
Confiamos, como yo cuando asistía a la escuela, en que a las plantas hidroeléctricas nunca les faltaría materia prima para operar.
Por ello, tampoco vimos la necesidad de tener más reservorios de agua para, por lo menos, contar con un respaldo en situaciones extremas.
Ya no vale la pena llorar sobre la leche derramada. Deberíamos aprender de las experiencias para evitar congojas a las próximas generaciones.
Sin embargo, no percibo en la administración el interés ni la capacidad de emprender las transformaciones requeridas.
El gobierno parece estar enfocado en apagar el incendio ocasionado por la sequía y en minimizar el costo político del aumento de las tarifas.
¿Dónde están los planes de diversificación energética? ¿Qué papel desempeñará el ICE en la búsqueda de modelos de generación más eficientes y baratos?
¿Piensan promover la inversión privada o las alianzas entre empresas y Estado? ¿Brindarán mayores estímulos al autoabastecimiento?
Estas preguntas, y muchas otras, flotan sin respuesta en el aire. Tal parece que, al igual que el agua, las ideas escasean en estos tiempos.
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El autor es jefe de información de La Nación.