La política costarricense parece un pollo sin cabeza. Deambula por aquí y por allá, pero, en definitiva, no va hacia ningún lado. Le falta discusiones a fondo sobre una visión a largo plazo del país y el brete de crear los acuerdos políticos que hagan factible la ruta para alcanzarla. Se queda en los agites de la coyuntura, en acciones aisladas, deshilachadas.
“Pero ¿cómo?”, me dirán, “¿no nos peleamos todos los días por cosas como la justicia, el tamaño del Estado, las políticas de reactivación y así?”. Pues sí, nos peleamos, pero el problema es que no pasamos de formulaciones vacías, cargadas de adjetivos, al estilo “buscamos un mejor país, una sociedad más equitativa y eficiente, una educación de mejor calidad, atender los retos de la cuarta revolución científica”. Son consignas atractivas que aparentan decir mucho, pero que se quedan en adjetivos para justificar cualquier cosa, lo mismo un cocido que un fregado.
Una visión del país es mucho más que mencionar objetivos deseables. Crucialmente, incluye decir cómo lograremos su cumplimiento. Así creamos parámetros para evaluar si en efecto nos movemos en la dirección deseada o si, por el contrario, vamos de prisa hacia ninguna parte; o peor, nos equivocamos y retrocedemos. Tan importante es, entonces, la pregunta del “qué queremos” como la del “cómo lo lograremos”. Por ejemplo, si este país se comprometió a ser una economía descarbonizada en el 2050, ¿cómo lograrlo? O, si queremos disminuir la pobreza y la desigualdad, ¿cómo se hará? Al poner el acento en el “cómo”, damos importancia a un asunto que usualmente se deja de lado: la coherencia entre medios y fines, que es lo que permite ver si la estrategia planteada lleva a los objetivos deseados o no, y si las acciones son consistentes con la estrategia y los objetivos impulsados.
Desde esta perspectiva, pasan los días y aún no oigo una explicación convincente sobre por qué las rupturas de los convenios con la Fundación Omar Dengo y Cinde conducen a un mejor país. He oído críticas gubernamentales a ambas entidades, pero un negativo no construye un positivo; y la expresión de voluntad (“lo haremos mejor”) es apenas un besito tirado. Mis preguntas: ¿Por qué el país está mejor ahora, sin convenios, que antes? ¿Qué ganamos? ¿Por qué es realista pensar que el MEP y Procomer lo harán mejor? Y, si no pueden, ¿cuál es el plan B?
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.