Cualquiera que pretenda gobernar responsablemente debe atender esta pregunta. Más allá de respetar la dinámica democrática, la respuesta pasa por el análisis profundo de las realidades (sí, en plural), la articulación de iniciativas estratégicas para interactuar con ella y la acción de equipos competentes y orgánicos para lograrlo.
Junto a su paternalismo autoritario (que rechazo), Singapur lo ha hecho durante 60 años de independencia, que cumplió este mes: reclutar a los mejores para que, desde una clara visión de futuro y un análisis profundo de temas y tendencias, orientar las políticas públicas. Muchos de nuestros gobiernos apenas lo han logrado y el actual ni siquiera intentó hacerlo. No hablo, en este caso, de su mayor pecado: los ataques frontales contra las instituciones y el Estado de derecho, sino de la falta de visión, análisis, estrategia y competencia que han marcado su labor.
Por este mal, potenciado por la carencia de verdadero equipo, encalló en un “modo campaña” permanente. Lo refleja y atiza una voz cansona, carrasposa y desdeñosa de gobernar que, cada miércoles o en sus giras, despliega triquiñuelas pirotécnicas para ocultar la incapacidad tangible.
El tiempo perdido es invaluable. Porque si algo caracteriza los desafíos actuales, nacionales e internacionales, vinculados con tantos aspectos (científico-tecnológicos, demográficos, comerciales, educativos, sociales, culturales, identitarios, geopolíticos, geoeconómicos, ambientales, de seguridad) es una complejidad extrema y sistémica. Y esta solo puede abordarse con éxito valiéndose de la excelencia, no la docilidad, que conduce, excepciones individuales aparte, a la mediocridad.
Solo añado una sugerencia: antes de votar el 1.° de febrero, vayamos más allá de los emoticones de campaña y fijémonos si están respaldados por talentos técnicos y políticos capaces de administrar y convertir en oportunidades las enormes complejidades que nos envuelven y desafían.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.