El 2 de julio el ejército de los Estados Unidos entregó el control de la inmensa base aérea de Bagram al gobierno afgano. Las tropas de Estados Unidos y de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) dejan Afganistán mucho antes del plazo del 11 de setiembre del 2021 que había fijado el presidente estadounidense, Joe Biden.
Según una investigación de la Universidad Brown, las dos décadas de guerra en Afganistán costaron a Estados Unidos unos 2,3 billones de dólares.
Ahora los vecinos de Afganistán (Pakistán, Irán, China, la India y los países centroasiáticos) se preguntan cuánto les costará mantener la seguridad tras la partida de Estados Unidos.
A finales de junio, la comunidad de inteligencia estadounidense concluyó que tras la retirada estadounidense, el gobierno afgano no durará más de seis meses (un pronóstico muy inferior a otro anterior más optimista).
En una veloz campaña por el norte de Afganistán, los talibanes capturaron numerosos distritos y grandes ciudades, y en muchos casos las fuerzas de seguridad afganas se rindieron sin pelear.
Según un informe publicado en junio por el equipo de vigilancia de sanciones de las Naciones Unidas para Afganistán, los talibanes ya tienen control directo de más de la mitad de los centros administrativos regionales del país y hasta el 70 % del territorio situado fuera de las áreas urbanas.
A merced de los talibanas. Los remezones de estas victorias talibanas ya se están sintiendo en toda la región. Feroces combates han ocurrido a tan solo cuatro horas de distancia de Dusambé, capital de Tayikistán.
El 20 de junio milicias talibanas que operan en el norte de Afganistán rodearon a las fuerzas del Gobierno en Kunduz, sexta ciudad más grande del país (población: 300 000). Luego, el 22 de junio, los talibanes capturaron sin hallar resistencia el destacamento de Shir Khan Bandar en la frontera afgano‑tayika.
En tanto, el servicio de fronteras de Tayikistán informó que había permitido a 134 soldados afganos asilarse en el país. Otros 53 miembros de las patrullas de frontera afganas y milicianos locales cruzaron a Uzbekistán en su retirada tras una matanza de los talibanes en el distrito afgano de Shortepa; y se dice que el 5 de julio como mínimo mil soldados afganos huyeron a través de la frontera desde la provincia de Badajshán hacia Tayikistán.
La caída en manos de los talibanes de los ríos Amu Daria y Panj, que separan a Afganistán de Uzbekistán y Tayikistán, es cuestión de semanas.
Como a partir de ese momento los talibanes podrían controlar las fronteras internacionales de Afganistán en ese frente, ha crecido el riesgo de que se produzcan grandes flujos de refugiados de Afganistán a Asia central y luego a Rusia y Europa.
Después de dar apoyo clandestino a los talibanes como modo de debilitar el esfuerzo bélico estadounidense, Rusia en este momento teme una desestabilización a gran escala en Asia central y otras regiones.
En respuesta a los últimos acontecimientos en Afganistán, el ministro de Defensa ruso, Sergéi Shoigú, afirmó: «A finales de este año, el comando del Distrito Militar Central tendrá que reequipar dos regimientos de aviación con cazabombarderos Su‑34M y MiG‑31BM modernizados».
Estos refuerzos del poder aéreo ruso en la región «aumentarán en forma considerable las capacidades del distrito para enfrentar al enemigo con fuego y misiles crucero de combate en la dirección estratégica centroasiática».
China también anticipa perturbaciones. Aunque ha mantenido una postura amistosa hacia los talibanes, China teme también el aumento de la inestabilidad regional que pueda surgir como consecuencia de la retirada de Estados Unidos.
Además de perturbar la Iniciativa de la Franja y la Ruta euroasiática del presidente chino, Xi Jinping, el renacimiento talibán es capaz de reactivar la amenaza del extremismo islamista en la provincia occidental china de Xinjiang.
La perspectiva de que Afganistán se convierta en fuente de pobreza creciente, migraciones en masa e inestabilidad se está transformando en un problema de todos. Pero los que estarán en primera línea serán los gobiernos de Asia central.
Aun así, muchos funcionarios regionales conservan un optimismo sorprendente. Luego de una visita reciente a Estados Unidos para hablar sobre la seguridad de Afganistán y de la región, el ministro de Asuntos Exteriores uzbeco, Abdulaziz Kamilov, dio una larga entrevista en la que sostuvo que los únicos que pueden resolver los problemas de Afganistán son los afganos, incluidos los talibanes.
«Tenemos cierto optimismo porque la situación cambió. En primer lugar, los dos lados entablaron contacto directo por primera vez en cuarenta años. Los talibanes también quieren que las negociaciones directas lleven a un acuerdo pacífico», afirmó.
Aunque recalcó que no defiende a los talibanes, Kamilov mencionó una publicación oficial en el sitio web de la milicia en la que afirma su intención de crear un Emirato Islámico de Afganistán independiente y soberano sin interferencias extranjeras, en el que supuestamente los derechos de mujeres, niñas y minorías estarían garantizados.
Cuesta creer que un diplomático experimentado como Kamilov pueda tragarse esa píldora. Sin embargo, cuando manifiesta que Afganistán tiene que integrarse más a la economía centroasiática, hay en ello una sólida base estratégica.
Hasta a los talibanes les interesaría la idea de una «Gran Asia Central» renovada, capaz de recrear una parte del dinamismo económico de los años gloriosos de la Gran Ruta de la Seda (1100‑1600 d. C.).
Con una China decidida a profundizar sus lazos comerciales, financieros y de infraestructura en toda Eurasia, esta visión podría convertirse en realidad. Pero antes es necesario que prevalezca la paz, sobre todo dentro de Afganistán.
Djoomart Otorbaev fue primer ministro de Kirguistán.
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