Lo que quiere decir es que los objetivos fijados por el autócrata ruso al ordenar el ataque no han podido cumplirse. Fracasó en derribar al gobierno legítimo de Volodímir Zelenski y sustituirlo por marionetas rusas, en la pretensión de tomar Kiev de manera fulminante, en liquidar con rapidez su capacidad defensiva, en ahogar el sentido de nacionalidad ucraniana, en dividir a los miembros de la OTAN, en minimizar sus bajas, en elevar la moral de sus tropas y en mostrar que su aparato militar había logrado evolucionar del siglo XX al XXI.
En todo eso ha fallado con estrépito, a un costo pavoroso para ambas partes, en particular para los agredidos. Porque Putin sí ha logrado crear destrucción indiscriminada, asesinar civiles con perversión selectiva o bombardeos masivos, forzar desplazamientos de población, arrasar territorios, reducir la capacidad productiva de Ucrania, elevar el riesgo de crisis alimentaria global, manipular los suministros de gas a Europa como arma de guerra y acelerar el proceso inflacionario mundial en gestación desde la pandemia de covid-19. También ha logrado, en contra de los propios intereses rusos, dislocar el precario “orden” geopolítico mediante el cual Rusia y Europa habían logrado una relación de mutua conveniencia.
Por el momento, el impacto en las democracias europeas ha sido enorme, y se mantendrá así por mucho tiempo, debido a los altos precios de la energía. Pero, aunque con riesgo, me atrevo a vaticinar que saldrán robustecidas, por dos razones esenciales: la primera, una mayor fortaleza de la Alianza Atlántica, representada por la OTAN, a la que se unirán Suecia y Finlandia; la segunda, una aceleración de lo que podríamos llamar un nuevo orden energético occidental, más limpio, eficiente y descentralizado. En lo inmediato, se ha reactivado el uso de combustibles fósiles como fuente de energía para suplir el déficit de gas ruso; esto tan lamentable como inevitable. A la vez, sin embargo, se están dando pasos veloces para romper esa dependencia y ha tomado nuevo ímpetu el desarrollo de fuentes limpias.
Nada borrará el horror: ninguna guerra termina bien. Pero, por lo menos, es posible que este trauma, paradójicamente, mejore la posición estratégica europea y que Ucrania llegue a ser parte del nuevo orden.
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