No sé qué habrán hablado en su reunión el presidente Rodrigo Chaves y el secretario de Estado Marco Rubio; tampoco, los detalles de la ampliada a su equipo y cuatro ministros. Al menos por lo que se ha hecho público, podemos sentirnos aliviados. Pareciera que salimos ilesos de la visita.
Esto no quiere decir que podamos estar tranquilos; solo que, al menos, evitamos la zona de turbulencia en el despegue, tenemos tiempo para afinar estrategias y hasta podrían surgir algunas oportunidades. Hay que actuar en consecuencia y con acuerdos nacionales.
En su conferencia de prensa, Rubio destacó la tradicional alianza entre ambos países y enunció las mismas prioridades que impulsó el gobierno de Joe Biden: freno a China en redes 5G, ciberseguridad, lucha contra el narcotráfico y migración. Reconoció que Costa Rica es receptor, no emisor, de migrantes, aunque sí ruta de paso. Además, según declaró a La Nación Manuel Tovar, jerarca de Comex, en privado dio señales de que se mantendrán las reglas del juego y la dinámica de las relaciones bilaterales en comercio e inversiones.
Fue un mensaje de continuidad, y las oportunidades están ligadas a esta expectativa: si, con otros, Trump ha sacado el garrote, su zanahoria en Costa Rica podría estimular la llegada de más empresas. Es decir, mal de otros, ventaja propia. Por ahora.
En medio del alivio, saltan cuatro alertas: 1) las severas disrupciones de Donald Trump al comercio global generan serios costos para todos; 2) su volatilidad puede traer malas sorpresas; 3) su ímpetu imperial tiene amplio espectro geográfico, y 4) su excesivo énfasis –que Rubio reiteró– en estrechos intereses nacionales, en lugar de valores universales, augura un mal futuro para la democracia y los derechos humanos. La cercanía con Nayib Bukele y los recientes tratos con Nicolás Maduro, pese a que el visitante calificó su régimen como “enemigo de la humanidad”, lo reflejan claramente.
Apenas llevamos un mes con Trump en la Casa Blanca y no tener problemas inmediatos reconforta, siempre que esto no implique obedecer instrucciones. Pero recordemos que su naturaleza, orientada a las transacciones, no los principios y las normas, amenaza la capacidad negociadora de los países más débiles y dependientes. Entre ellos, nos guste o no, está Costa Rica.
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