Meses atrás, se aprobaron reformas a sus estatutos para eliminar los puestos vitalicios de los excandidatos presidenciales y ampliar y diversificar la Asamblea Nacional, que pasará de 139 a 240 miembros.
Conclusión posible: la necesidad de cambio ha adquirido cierto ímpetu. Sin embargo, de ahí a pulir la chamuscada marca del partido y seducir a un electorado nacional apático y ayuno de identidades políticas, hay distancia. La nueva “normalidad” electoral es la fragmentación; lo que puede lograr una agrupación no depende solo de ella, sino del resto, y no será nada fácil doblegar las rígidas redes de poder internas del PLN, aunque se hayan diluido con la nueva asamblea.
Sin embargo, Ramos tiene fuertes cartas a favor. Su arrollador triunfo en la convención (modesta en asistencia, pero irrepetible por otros partidos), le da gran legitimidad, músculo y capacidad para renovar y decidir. Cómo hacerlo sin alienar sectores importantes ni debilitar la organización, será su mayor reto interno. Si lo supera y surgen papeletas legislativas sólidas, convincentes y frescas, materializará el mensaje reformador y potenciará su gran ventaja personal: ser una figura atractiva, articulada, joven, competente, empática, dinámica, no contaminada, con un buen discurso en construcción y una admirable historia de superación.
El tablero apenas se está armando. Nada puede predecirse de aquí al 1.° de febrero, salvo que la campaña será feroz. Cuánto incidirán remakes populistas y tinglados de alquiler es algo que está por verse. En todo caso, ningún candidato (o candidata) serio puede controlarlo. Lo suyo debe ser rodearse bien, centrarse en aspiraciones y problemas de la población, generar propuestas convincentes, afinar la organización y crear nexos emocionales con los electores. Ramos avanza en tal sentido, pero faltan 10 meses de nublado trayecto.
Eduardo Ulibarri es periodista y analista.
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