La insatisfacción es la madre de los sueños. Cuando lo existente deviene insoportable, germinan diseños de realidades alternas y la exigencia moral de convertirlas en fuerza transformadora. Eso explica la popularidad gratuita de corrientes con más retórica contra el «statu quo» que desempeño. En la coyuntura actual, los paladines de metamorfosis se llaman legión. Nadie reclama seguir como antes. Todas las tiendas políticas ofrecen diferentes versiones de transformación.
A veces se pone la proa hacia el futuro; otras, hacia el pasado. Unos sacan partido de añoranzas de un otrora quimérico, cuando «siempre se vivía mejor». Otros todavía van más lejos hacia atrás, clamando por un liberalismo decimonónico de un Estado minúsculo y espectador. Pero nadie se declara abogado del presente.
Aunque con reticencia, casi siempre se logra entender las conductas que originan los problemas. Pero la resistencia a modificar comportamientos es una atávica contradicción humana. La aversión al cambio es más poderosa que la aversión al riesgo. Es la distancia insalvable entre el dicho y el hecho, convertida en axioma popular. La retórica del cambio no tiene parentesco alguno con transformaciones efectivas.
Regularmente, los problemas huérfanos estallan en las sorprendidas caras de sus progenitores. Esas explosiones son las que se imponen sobre la inercia, transformando la realidad y no siempre de buena manera. Me corrijo, ¡nunca de buena manera! Propiciado o no, el estallido de lo insoportable es inevitable. Pero con un planeta que a paso vertiginoso estamos destruyendo, esa opción altamente probable debería ser evitada a toda costa.
Y, sin embargo, a esa realidad amenazante de nuestra civilización se aplica la misma entelequia de la evolución humana. Mientras el círculo vicioso del daño antropogénico, acumulado desde la revolución industrial, ha llegado a una aceleración crítica que demanda un sentido de urgencia universal jamás vivido, los intereses creados se resisten, con éxito, a detener el despojo de la tierra. ¿Quién podrá parar eso?
Todo parece indicar que incendios incontenibles, costas inundadas, sequías asoladoras, especies extintas, desplazadas condiciones agrícolas, desertificaciones y olas de pueblos buscando refugio terminarán imponiendo su aciaga lógica implacable.
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La autora es catedrática de la UNED.