La Organización de las Naciones Unidas (ONU) tiene previsto celebrar en setiembre la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios, con el propósito de establecer compromisos y medidas mundiales y sistémicas para alcanzar el gran objetivo de la seguridad alimentaria y nutricional.
Esta vez su secretario general, António Guterres, insiste en la urgencia de que en la conversación global se incluya la participación activa de las poblaciones rurales, probablemente porque las cifras son demoledoras: el 63 % de las personas que viven en la pobreza son agricultores, pescadores y pastores, entre otros.
Aunque estas personas, con su trabajo diario, alimentan a un gran porcentaje de la población, son muy vulnerables al hambre y no cuentan con medios de vida estables y dignos.
La situación no ha hecho más que empeorar con la pandemia de covid-19, y por eso vemos diariamente a miles de personas exponerse peligrosamente al contagio, ya que deben elegir entre morir de hambre o morir a consecuencia del virus. Este drama humano debe ser suficiente para movilizarnos globalmente en favor de quien alimenta, pero no come.
Una tarea titánica. La inseguridad alimentaria y nutricional afecta a todos los países de distintas maneras: hambre, malnutrición, sobrepeso, obesidad y hambre oculta; todas son manifestaciones de un mismo problema.
El hambre oculta se produce cuando la alimentación no satisface nuestra ingesta de vitaminas y minerales porque, aunque comamos, la dieta y su combinación son deficitarias en micronutrientes.
En vista del enorme reto de proveer de forma rentable alimentos inocuos, nutritivos, sostenibles y asequibles a una población mundial en crecimiento, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), sugiere optimizar el funcionamiento de la «cadena de valor alimentaria sostenible», que incluye todas las actividades de producción, recolección, empaque, elaboración, distribución, venta, almacenamiento, comercialización, consumo y eliminación de los alimentos.
Gestión y reacción en cadena. Según la FAO, la cadena de valor alimentaria sostenible, además de dinamizar la producción de alimentos, funciona como un motor de desarrollo para los países, porque crea valor agregado a partir de salarios dignos para quienes trabajan en el sector agroalimentario, ganancias para las empresas e inversionistas, recaudación tributaria para los gobiernos, un suministro óptimo de alimentos nutritivos para todas las personas y una repercusión en el medioambiente positiva o neutra. En este tipo de cadenas el valor es económico y nutricional.
La FAO reconoce que es el mercado el que impulsa, en primera instancia, las cadenas de valor alimentarias sostenibles, porque crea nuevos incentivos para todos los participantes y porque amplía las opciones alimentarias de las personas.
Gracias a la globalización y la Internet, la composición de nuestra dieta ha variado mucho en poco tiempo y ahora incluye alimentos como la quinoa, el kale, los hongos shitake, la espirulina, la cúrcuma, la moringa, el mijo, el fruto del baobab, entre muchos otros.
Aunque en algunas circunstancias este cambio pueda ser el resultado de una moda, es cierto que existe mayor conciencia sobre la necesidad de la alimentación saludable.
¿Y Costa Rica? La oferta agroexportable de Costa Rica también se ha subido al tren de la «cocina étnica», con alimentos característicos de la región Huetar Norte —y de nuestra célebre olla de carne-, como la yuca, el ñame, el ñampí, el camote, el tiquisque, la malanga o eddoe, etcétera. No obstante, como señalan las autoridades técnicas, para el caso de las raíces y los tubérculos, el país tiene mucho trabajo por delante en cuanto al diseño y gestión de su cadena de valor.
La prevalencia de obesidad y sobrepeso en nuestro país es alarmante: la última Encuesta Nacional de Nutrición indica que cuando menos el 60 % de la población adulta padece sobrepeso y obesidad y, en el caso de los menores en edad escolar, el porcentaje es superior al 30 %.
Según las voces expertas, se debe en parte a malos hábitos alimentarios: ingerimos muchas calorías y la dieta no es ni balanceada ni variada. En otras palabras, además de obesidad y sobrepeso, nuestra canasta básica de inseguridad alimentaria y nutricional incluye el hambre oculta.
Lo peor está por venir, porque aún no tenemos certeza sobre el impacto de la pandemia en los hogares costarricenses, aunque es fácil intuir que el acceso y la disponibilidad de alimentos inocuos y nutritivos se ha deteriorado en el último año, a causa de la pérdida de empleos y poder adquisitivo.
Una de cal y otra de arena. Por un lado, tenemos un problema persistente de salud pública como consecuencia de la obesidad, el sobrepeso y el hambre oculta que debemos resolver más pronto que tarde.
Como dice el proverbio, «la enfermedad viene a caballo, pero se va a pie». Por el otro, se presenta una gran oportunidad comercial, porque la seguridad alimentaria y nutricional, que comienza por la producción, favorece dietas ricas en productos que Costa Rica exporta con éxito desde hace mucho tiempo, como las frutas, las verduras, las hortalizas y recientemente las raíces y los tubérculos, los cuales generan empleo e ingresos para muchas familias y empresas en las zonas rurales del país.
Para producir alimentos saludables y mejorar el rendimiento de cultivos y plantaciones, se requiere adaptar los insumos agrícolas así como utilizar tecnología y reforzar la I+D+i (investigación, desarrollo e innovación). Ilustraré con un ejemplo muy concreto.
El cacao. Desde hace unos años, la producción de cacao en América Latina, incluida Costa Rica, se ha visto amenazada por la presencia de cantidades de cadmio superiores a los límites legales, lo que ha llevado a grandes empresas chocolateras en Estados Unidos y Europa a retirar productos del mercado, dado que la exposición a este metal pesado causa lesiones renales, hepáticas y pulmonares.
De igual forma, en el 2019, entró en vigor, en la Unión Europea, el reglamento n.° 488/2014 mediante el cual determina el contenido máximo de metales pesados permitidos en varios alimentos, entre ellos, el chocolate y el cacao en polvo.
Esta situación supone un gran desafío para el sector del cacao. Como la presencia de cadmio en el suelo se debe a múltiples razones, de momento no existe una solución única al problema. Sin embargo, hay investigaciones científicas que sugieren, entre otras cosas, aplicar fertilizantes con una fracción de fósforo libre de cadmio y emplear genotipos de baja acumulación, y ensayar su uso en campo, para comprobar la inocuidad del cultivo.
En síntesis, se anticipan muchos cambios en el sector agroalimentario, unos motivados por los riesgos emergentes de la inseguridad alimentaria y nutricional y otros, por la catarata de novedades en lo que respecta a las tecnologías alimentarias.
Vivimos en un mundo tremendamente desigual, con lo cual será imprescindible asegurar que los beneficios que se obtengan al gestionar mejor nuestros sistemas alimentarios no se dirijan únicamente hacia los grandes actores del mercado, sino que alcancen a todas las personas que con gran esfuerzo nos alimentan todos los días.
La autora es especialista en asuntos públicos, relaciones internacionales y política pública.