
Cuando De Gaulle se encontraba muy cerca de abandonar la presidencia de Francia, una periodista le preguntó si no le temía al vacío que iba a dejar en la vida política con su partida. El carismático general le respondió: «No le temo al vacío; le temo al lleno».
Los vacíos que dejan los grandes líderes tienden a favorecer el protagonismo de figuras secundarias: de aprendices, en vez de maestros. Esta es una de las amenazas más serias que enfrenta el país.
En plena pandemia, con una educación pública destrozada, azotados por el desempleo y por la pobreza de muchos, en una crisis financiera de gran magnitud y desmoralizados por la corrupción y la penetración de la droga, sería muy grave equivocarnos al elegir al nuevo presidente de la República. Sin la guía de un líder capaz de conducir al país por buen camino, nos hundiríamos aún más.
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Se habla de 24 candidaturas a la jefatura del Estado. La facilidad con que aparecen candidatos para «llenar el vacío» es aterradora. En Costa Rica, hemos pasado del bipartidismo al multipartidismo, para caer, finalmente, en el micropartidismo. ¡Obviamente, ese exceso, lejos de fortalecer la democracia, la debilita! Y, por supuesto, en medio de este tumulto, a muchos les resultará difícil identificar a la persona con más cualidades o menos limitaciones para conducir el país.
Una campaña no se enfrenta como si fuera un juego de azar. Quienes estén lanzando su candidatura «por si acaso» o solo por facilitar su llegada al Congreso deberían pensar, antes que nada, en el interés nacional. Al dividirse los votos entre tantos candidatos, se corre el riesgo de que triunfe un inepto, gracias a una paupérrima mayoría. Debe servirnos de alerta Perú, donde los dos finalistas, de 24 candidatos, ganaron la primera vuelta con porcentajes muy reducidos.
Y frente a esta situación, ¿qué se puede hacer? Pienso que debemos apelar a la conciencia de los postulantes y, si resultara en vano, a la de los electores. Antes de presentar el nombre… aun después de hacerlo, convendría preguntarles: usted, candidata o candidato a la presidencia, díganos si su formación ayudará en el desempeño del cargo. ¿Está enterado de por dónde va el mundo y cuáles son los peligros que lo acechan? ¿Ha hecho un balance de las oportunidades que se nos podrían abrir en el ámbito internacional? ¿Lee la prensa internacional y algún libro que no sea el último «bestseller» de autoayuda? Los más grandes presidentes que he conocido habrían contestado que sí.
¿Y qué me dice de su experiencia? Para efectos de propaganda, tal vez se sienta tentado a refugiarse en esos eslóganes que piden «figuras nuevas». Pero, en el fondo, usted sabe bien que sin una amplia experiencia no podrá ir muy lejos como gobernante. A la presidencia de la República no se llega a tantear. Ya hemos tenido varios tanteos y nos han salido mal. Por eso, convendría que se pregunte, con sinceridad, si está a la altura del cargo.
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Hay pistas para establecer su grado de idoneidad; sería útil saber, por ejemplo, si ha desempeñado puestos de mando… de mando, de verdad, en una institución o entidad compleja y grande. De ser así, cabría hacerle otra pregunta: ¿Ha ejercido la autoridad en ellas con firmeza y sin excesos? Mandar bien es un asunto difícil que no se aprende de la noche a la mañana.
Una cuestión importantísima es la moral. ¿Ha revisado usted, con sinceridad, sus antecedentes al respecto? Este asunto comporta no solo los insoslayables temas éticos; se requiere saber, además, si usted puede enfrentar situaciones difíciles sin «desmoralizarse» y sin desmoralizar a la gente. La capacidad de resistencia ante la adversidad, la ilusión por el futuro, el temple, son aspectos esenciales de la moral de un gobernante. ¿Cuenta usted con las cualidades necesarias para conducir al pueblo, aun en condiciones negativas extremas?
El discurso complaciente, dedicado a endulzar el oído del elector, suele ser altamente inmoral y, casi siempre, es indicio de la incapacidad de quien se vale de él. Y mucha atención: lo más fácil es criticar lo criticable... y lo que no lo es; por ejemplo, sumarse a los detractores sistemáticos de las instituciones y de los políticos, a veces, siendo uno de ellos.
No basta con ser denunciante. Se debe combatir la corrupción, pero de poco vale hacerlo si no se es, también, transformador de la vida social. Lo más fácil es vociferar; lo verdaderamente difícil es cambiar la sociedad, para bien.
Para adivinar la falta de firmeza de un presidente, a la gente le basta con conocer unas pocas de sus decisiones… o la falta de ellas. Cuando la realidad queda al descubierto y, como en el cuento, se descubre que el rey va desnudo, ya se dilapidó la dosis de respeto indispensable para gobernar bien. ¿Es usted capaz de ejercer la autoridad sin ser autoritario? Si no es su caso, ¿para qué exponerse al menosprecio y hasta al escarnio que le tocará padecer por su incompetencia?
¿Conoce usted suficientemente el Estado y su funcionamiento? No se trata de estar familiarizado al detalle con cada uno de los asuntos propios de la administración, sino de comprender los más importantes y complejos para entablar un diálogo inteligente con quienes dominan los detalles. Es esencial saber jerarquizar los asuntos y no poner en el mismo nivel lo fundamental y lo intrascendente. El ejercicio del poder, en el caso del jefe del Estado, requiere una visión global y de largo plazo. ¿Sería usted capaz de adoptarla y delegar en sus colaboradores la ejecución de los asuntos que les competen a ellos, sin interferencias injustificadas?
¿Dispondría usted de gente verdaderamente preparada para conducir con éxito un gobierno tan difícil como será el próximo? Sin un equipo y sin la capacidad de trabajar con él, no se llega lejos. Por cierto, ¿padece usted de inseguridades que lo llevan a rodearse de mediocres ante el temor de verse eclipsado por la gente más talentosa? Si es así, debe desistir de presentarse como candidato.
Recuerde: en caso de llegar al poder, el gobierno sería suyo; todo lo bueno lo engrandecería a usted y toda las fallas y errores se cargarían a su cuenta. Por ello, le conviene rodearse de los mejores... si los tiene.
El ejercicio de elaborar programas de gobierno pone a prueba ciertas capacidades del grupo que va a acompañarlo a gobernar. Ningún programa sustituye la convicción firme, por parte del presidente, de llevar adelante unas cuantas ideas centrales, ligadas a lo esencial del desarrollo del país. ¿Está usted dispuesto a hacerlo así? De nos ser así, déjele el campo a otra persona. Ayude a evitar lo ocurrido en Perú.
Cuando oí hablar de una ley para obligar a los candidatos a publicar su currículo, pensé que se trataba de una broma. Luego, entendí: en muchos casos, quienes se postulan son desconocidos, posiblemente sin méritos para el desempeño del cargo. ¿Podría ocurrir aquí lo mismo? Estimables candidatas y candidatos, después de efectuar este examen de conciencia, muestren a la patria su entereza. Querer no es poder.
El autor es expresidente de la Asamblea Legislativa.