El problema en Nicaragua es, para ponerlo en simple, el siguiente: ¿Por qué Ortega va a soltar el poder, que hoy le pertenece por entero? Por más denuncias y sanciones que la comunidad internacional imponga a él y a sus acólitos, por más crisis que experimente su país, el dictador tiene claras, correctamente, dos cosas elementales.
La primera es que le irá mucho peor si abandona el poder que si se queda sentado en él. Si lo cede, queda desprotegido, a merced de fuerzas políticas que no controla y que pueden terminar utilizándolo como mero peón para resolver sus propios juegos políticos. En el poder, tiene herramientas para hacer la vida imposible a los demás, mediante plomo, cárcel o plata, y para defenderse como gato panza arriba a la espera de tiempos mejores, jugándosela a morir primero antes del colapso de su régimen.
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La segunda cosa es que si él decidiera entablar negociaciones para una eventual salida del poder, nadie le garantiza inmunidad contra acusaciones legales en sede internacional por violaciones masivas a los derechos humanos, ni seguridad de que su inmensa fortuna malhabida no será confiscada. Sus opositores podrán firmar eso, pero no lo cumplirán. Además, requetesabe que una salida negociada tampoco compra un seguro de vida: puede terminar en mil pedazos en tierra ajena debido a un atentado, como lo que le ocurrió a Somoza.
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¿Refugio en un país «amigo»? Ahí, hay un principio de solución interesante. Ciertamente, no hay muchas naciones que le den garantías de un refugio tranquilo y prolongado, y posibilidades de llevarse (parte de) su fortuna. Venezuela y Cuba no sirven, pues ahí hay una probabilidad no despreciable de un cambio de régimen político en pocos años. Esto nos deja a Rusia o China. No son precisamente lugares de retiro soñados, pero a la larga son inasibles para sus enemigos y tienen el suficiente músculo para garantizarle un sitio seguro donde morir, protección (para una parte de) sus activos y evitan a muchos países la incomodidad de hospedar a un criminal como él.
Contra Ortega no sirven las invocaciones democráticas ni las amenazas. Para un viejo político inescrupuloso y cruel, abrazado tenaz a la supervivencia, las cosas debieran planteársele en plata blanca. Él y los suyos no tienen muchas otras opciones. Eso sí, más allá del círculo íntimo, los lacayos quedan fritos.
El autor es sociólogo.