No sé en qué estaría pensando don Carlos Alvarado al nombrar a Ottón Solís representante de Costa Rica ante la OCDE. Con tan poca munición, ¿a qué venía gastar pólvora en zopilotes? No reconozco razón válida para que el gobierno se lanzara a pulso tan errático, arriesgando tanto por tan poco. Tengo en estima a don Ottón y París es bello en verano. Pero ni la OCDE está en llamas ni Costa Rica necesita ese «salvador».
Entre tanto entuerto, no le encuentro pies ni cabeza a esa superflua escaramuza ad hominem. Con el poco respaldo que el presidente tiene, por lo menos debería escoger bien sus batallas. Apuntar al blanco en temas esenciales o, en todo caso, ahorrar desgaste, por no decir mitigar un ridículo más de decisiones inopinadas.
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Destaca la hidalguía llena de sensatez del ministro Valenciano. Se opuso a la decisión de su gobierno con un razonamiento sin ideologías: aprovechar la experiencia acumulada por el representante actual y evitar el desperdicio de un período de acomodo, a diez meses de cambio de gestión. ¡Más que obvio!
Pero eso y más sabía el presidente cuando acarició la idea de ofrecer a Solís ese espacio. También sabía lo polémico del nombramiento. Aun así, optó por incitar rayos y centellas en la Asamblea Legislativa, sitial plagado ya de controversias y donde la calma es premisa para los pasos que faltan en lo más turbulento de estas aguas. Torpe sería calificar de torpeza semejante desatino. Alguna razón de peso debió tener para arriesgar tanto. ¿O no? No encuentro respuesta que me satisfaga, por más que me devano las zonas más recónditas de mi hemisferio derecho, ese que dicen que, además de creativo, es el que mejor concatena hechos y arriesga hipótesis. Cervantes diría que solamente resta «la razón de la sinrazón».
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Una vocecita traviesa me dice que en medio de la cochinilla, no hay mejor cortina de humo que un disparate. Y entre tanta división política, nada puede unir más a la oposición que la indignación común. No tengo nada contra don Ottón, aunque llegaría a defender arroceros en aquel foro. Jamás abrió la boca contra ese atentado ético afectador de los más pobres en beneficio de un cartel. Hasta ahí llegó su combate contra la «inequidad», porque está legalizada. Me rindo. Sea lo que fuere que hubiera pasado por su mente, París no valía esa misa.
La autora es catedrática de la UNED.