La congresista demócrata estadounidense por el estado de Virginia Abigail Spanberger afirma que en la elección del año 2020 los votantes dieron un mandato limitado a Biden: detener a Donald Trump y conseguir que la vida en Estados Unidos volviera a la normalidad.
“Nadie lo eligió para ser Franklin Delano Roosevelt, lo eligieron para que fuera normal y pusiera fin al caos”, declaró Spanberger a The New York Times.
Lo invito a que nos incluyamos en una discusión similar para reflexionar acerca de nuestras expectativas, individuales y colectivas, en torno a las elecciones y a quien nos gobernará durante los próximos cuatro años.
Empiezo por lo que puede parecer un rodeo, pero no lo es, sino una parte del núcleo de la cuestión: argumentando por qué es buena idea dedicar tiempo a pensar en las elecciones que se avecinan.
El análisis es urgente debido a que la política, en general, se corresponde con lo que el sociólogo alemán contemporáneo Ulrich Beck llama categorías zombis: imprecisas que no sirven para analizar la realidad y, más bien, alertan sobre la obligación de —como diría Pierre Bourdieu— meditar acerca de cómo es que pensamos.
En este caso, observar cuáles deseos y encargos están contenidos en el voto que damos, según a quién se lo otorgamos.
Pero también es esencial, puesto que vivimos tiempos en los cuales los odios, la desconfianza y la intolerancia a las frustraciones han sido potenciados por la patada en la boca del estómago que nos dio la pandemia, es decir, porque corremos el riesgo de actuar más irracionalmente de lo que solemos, debido, en parte, a que la covid-19 nos atravesó el cuerpo y la psiquis.
Contra tales circunstancias, es bueno para el país que interrumpamos nuestra catarata mortífera y usemos la razón.
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Nunca antes habíamos contemplado las fake news circular con tanta libertad como ahora, con el agravante de que agudizan en ciertas personas la dificultad para separar las cosas y verlas con perspectiva y ecuanimidad.
Así es, la avalancha de noticias falsas refuerzan el impulso de hacer una mezcolanza de problemas, de modo que resulta más fácil juzgar.
Entonces, nos llama el deber racional de contextualizar: ¿De qué estamos hablando? De política electoral. ¿En cuál época? En la actual, caracterizada por nuestra situación económica y cultural particular. ¿Quiénes están en la conversación? La clase política, ustedes y yo.
Cuando votamos a escala nacional o municipal, ¿qué esperamos de la persona que llegue al cargo?
¿Deseamos soluciones concretas para el país o para la gente del grupo al cual pertenecemos? ¿Queremos, por el contrario, que impida prácticas provenientes de algún sector, país o individuo? ¿Qué tan cerca queremos que esté de la ciudadanía en cuanto a comunicación? ¿Cómo preferimos que rinda cuentas? ¿Cómo esperamos que se comporte con respecto a la economía, la política exterior y los derechos humanos? ¿Qué tipo de relación debe tener con el Poder Legislativo? ¿Cómo debe comportarse en público? ¿Qué tipo de liderazgo debe poseer?
Y, aunque parezca broma, la realidad en las redes sociales nos demuestra que también debemos entrar en el terreno de las emociones sobre la subjetividad de quien nos gobierne: ¿Debe mantener un peso corporal bajo? ¿Hablar bien inglés?
El ejercicio decidido de la ciudadanía trasciende el voto, como ustedes bien lo saben, por eso, es fundamental considerar en este tipo de análisis el hecho de que los seres humanos tendemos a quererlo todo y según nuestra justa medida, cual paranoico descrito por el psicoanalista austríaco Sigmund Freud como alguien que solo puede creer en aquello igual a su yo.
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En esta reflexión debemos considerar —relacionado con ese yo tan grande y caprichoso que tenemos— nuestra dificultad para aceptar las pérdidas, incluida la decepción que podría producirle a usted o mí los que están inmersos en la política.
En consecuencia, al no aceptar que no se tiene lo que se quiere, algunos serían capaces de negar o satanizar al otro.
Ante la montaña de aspectos confusos, y posiblemente desalentadores de la campaña actual, incluidas las candidaturas, detengámonos, hagámonos a un lado y no seamos como la clase política a la que ciertas personas suelen despreciar: critiquemos, exijamos; sin embargo, no acosemos a nadie. Es falso que existan únicamente dos opciones: aguantar o agredir.
Asumamos una actitud de reserva frente a lo que el filósofo belga Roland Breeur asegura es nuestro destino compartido: la estupidez, cuya “cara oculta” —según él— “no es el saber, sino la generosidad”.
Una estupidez, agrega Breeur, que es mala voluntad, que impide que nos abramos y nos vinculemos con lo que hace volar por los aires lo que creemos y pensamos.
Pensemos para qué elegimos, resistiendo el impulso de ser como quienes piensan que su ombligo es el sol y los demás un sistema que se mueve lentamente contemplando nuestro bello resplandor.
La autora es catedrática de la UCR.