El viernes pasado, cuando se hizo pública la alerta emitida por científicos de Botswana y Sudáfrica sobre una nueva variante de coronavirus —la ómicron— los mercados accionarios globales cayeron con violencia: entre un 3% y un 5% los europeos y un 2,3% el S&P, principal índice estadounidense. El precio del petróleo se desplomó un 11%. Se activó una cadena creciente de restricciones a los viajes internacionales, que ha puesto nuevamente en vilo la industria de la aviación.
Las advertencias sobre un freno o, al menos, reducción, en la recuperación económica global comenzaron a proliferar. El miércoles, la OCDE advirtió sobre posibles nuevas disrupciones en las cadenas globales de suministros y subió sus estimaciones de inflación. Al final de ese día, tras revelarse el primer caso en Estados Unidos, el S&P cerró con un 1,2% a la baja. Hasta el jueves, 25 países habían confirmado la presencia de la variante en su territorio. Brasil fue el primero de América Latina.
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Por ahora, existen varias nebulosas sobre Ómicron. Todo indica que, por su capacidad de mutación, es más contagiosa y que quizá podría reducir la protección de las vacunas, pero nada de ello es certero; tampoco, la gravedad de su efecto individual. Quizá estas dudas se despejen en pocos días. Pero ya mucho se ha revelado, o reiterado, con toda certeza. Cuatro elementos:
1) La incertidumbre, basada en percepciones, contagia tanto como los virus. En un mundo interconectado, su impacto se siente de inmediato. 2) La pandemia es una variable económica clave e ineludible, con efectos también instantáneos y devastadores. 3) El reparto de daños está marcado por la desigualdad: Botswana y Sudáfrica, que actuaron con enorme responsabilidad al alertar, son ahora países casi apestados y muy castigados. 4) Más desigual ha sido la prevención: apenas el 6% de la población africana está totalmente vacunada; el 10% tiene una dosis.
¿Cómo habría impactado un esfuerzo de prevención y vacunación global más robusto, equitativo y generoso? No lo sabemos, pero podemos suponer que, además de salvar muchas más vidas, se habría reducido sustancialmente el impacto económico de la pandemia: una relación costo-beneficio altamente rentable en todos sus flancos. Se presumía desde el principio, pero poco se hizo, y ahora aparecen nuevas facturas. Tomemos nota.
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