Incluso si tuviera algún éxito la campaña militar de Estados Unidos para destruir en alta mar lanchas de supuestos narcos –que esta semana llegó al Pacífico oriental–, difícilmente su impacto será significativo. Y si lo fuera, podrán surgir otras rutas que también pasen por Costa Rica.
Un informe de la revista The Economist concluyó la semana pasada que los narcos están ganando la guerra contra las drogas. Entre las razones, menciona su enorme capacidad para innovar, adaptarse y superar obstáculos, así como una suerte de “ley de hierro” económica: a mayores golpes en su contra, más aumentarán los precios de la droga y más sentido tendrá asumir riesgos.
Costa Rica es poco lo que puede hacer más allá de sus fronteras para contrarrestar esta realidad de décadas. Sin embargo, sí podemos –y el gobierno debe– hacer todo lo posible por frenar el ingreso de cocaína. Es algo incluso más importante que detener su salida. ¿Razones? Para que salga, primero debe entrar y, al hacerlo, genera eslabones de violencia, corrupción y control territorial que erosionan el tejido social y afectan de manera directa a las personas.
Boraschi menciona que el tinglado de Guarumal usó como ruta de ingreso, precisamente, una zona donde desapareció la presencia de Guardacostas, por órdenes superiores. Y cada nuevo cargamento de drogas detectado en la terminal de contenedores APM es éxito que, paradójicamente, revela un fracaso: evitar su llegada. No hay soluciones fáciles. El tsunami seguirá golpeándonos. Lo que corresponde, al menos, es reforzar las barreras para contenerlo.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.