Nuestro país, como la mayoría, es víctima de estos fenómenos. Por ello, ni el Ejecutivo, ni el Legislativo, ni el Banco Central son culpables de su impacto inmediato. Sin embargo, a ellos —sobre todo el primero— corresponden las acciones para atemperarlo.
La cuesta es aguda, pero empeorará aún más si no se observan ciertas normas básicas para las buenas decisiones. Menciono cinco: 1) Apegarse a los datos duros y verificables sobre lo que ocurre, porque solo con ellos podrán diseñarse los mejores cursos de acción. 2) Evitar la retórica catastrofista y la ligereza de repartir culpas como vía para eludir los deberes de política pública, que deben asumirse con rapidez, competencia y serenidad. 3) Explicar con claridad los desafíos, opciones y costos de lo que se plantee, porque de lo contrario no habrá apoyo ciudadano y político para actuar. 4) Evitar las ocurrencias que complicarían una acción sistemática y concertada. 5) Y, obvio, poner los intereses generales sobre los sectoriales o emotivos.
Hay razones para inquietarnos sobre la ruta si recordamos la pifia del presidente Chaves sobre la pérdida de reservas monetarias, su imprudente intervención en el Foro de Davos, los proyectos para cortar impuestos a los combustibles sin señalar fuentes de ingresos alternas (PLN y PUSC), el de autorizar un retiro del 30% del ROP (PLN) o el de postergar el pago pleno del IVA en la industria turística (PUSC). A la vez, el “juego” apenas comienza y el furor puede dar paso a la sensatez. Pero el cambio debe ser inmediato. La acumulación de desafíos externos no espera y su impacto ya es muy serio.
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