Si algún aniversario debería observarse rigurosamente en Costa Rica y extenderse por todo el año, es el “Día para contrarrestar los discursos de odio”. Se conmemora el 18 de junio, gracias a una resolución aprobada por la Asamblea General de la ONU en 2021. Las razones son múltiples. Voltaire, el célebre filósofo francés del siglo XVIII adelantó la más poderosa en una carta de 1765, que traduzco libremente: “Quienes tienen el poder para hacerte creer en absurdos, pueden tenerlo también para hacerte cometer atrocidades”.
El odio, por supuesto, es mucho peor que el absurdo. En sí mismo se acerca a la condición de atroz, que se materializa plenamente cuando trasciende el discurso, la arenga o la agitación y conduce a la acción, en un espectro que va desde el agravio gratuito hasta la agresión directa.
Evitar y combatir el odio es, en esencia, una responsabilidad personal. Sin embargo, su impacto social depende de dos factores centrales: que el Estado ponga en marcha políticas públicas serias y que sus representantes pregonen con el ejemplo. En Costa Rica, tenemos ausencia de lo primero, mientras la principal figura política –el presidente– ejerce cátedra constante sobre la práctica de odiar.
Alguien podrá decirme que, en setiembre de 2023, el gobierno anunció una “política nacional” contra los discursos de odio y el MEP adoptó la guía elaborada por la Unesco para el sistema educativo; incluso, que fuimos pioneros mundiales en hacerlo. Cierto. Sin embargo, fue una evidente operación simbólica. No se ha puesto en práctica y, en los últimos meses de sus desatinos, la ministra del ramo la golpeó directamente al anunciar la eliminación de políticas que sí se aplicaban y que estaban destinadas a aminorar el odio y la discriminación en las aulas.
Peor, las palabras y actos del presidente Chaves contradicen a menudo el propósito declarado, al punto de convertir los insultos y las falsedades en variables operativas de gobierno.
Resultado: crispar, polarizar, satanizar instituciones y adversarios, e intoxicar así cualquier asomo de esfera pública deliberativa, esencial para la práctica democrática y la buena gestión gubernamental. En esencia: comunicar no para contrarrestar, sino para normalizar los discursos de odio. Me temo que en lo que resta del año podrá ser aún peor.
Correo: radarcostarrica@gmail.com
X: @eduardoulibarr1
Eduardo Ulibarri es periodista y analista.