Basta conectar algunos “puntos” de tres rigurosos estudios recientes para obtener una imagen perturbadora sobre los peligros de la desinformación en Costa Rica.
Una investigación de la empresa de comunicación Shift Porter Novelli, divulgada a mediados de este mes, reportó que el 18,2% de los 5,8 millones de cuentas digitales activas en Costa Rica son falsas. Pocos días antes, en la tercera encuesta sobre libertad de expresión y medios del centro de investigación Proledi, de la UCR, las redes sociales superaron por primera vez a la televisión como la fuente más usual para informarse sobre el país: 72% frente a 53%. En agosto, un análisis encomendado por la oficina local de las Naciones Unidas, documentó que, hasta ese mes, se habían divulgado 2,1 millones de mensajes de odio por redes y plataformas, un crecimiento del 400% en relación con 2021.
Es decir, cada vez usamos más el ecosistema digital para informarnos y relacionarnos, pero casi una de cada cinco cuentas activas es falsa, y su uso para distorsionar, insultar y dividir aumenta. En cualquier momento, esta realidad, a la que se añaden otros hallazgos de los tres informes, debe generar gran preocupación; en medio de la campaña electoral, alarma.
Pero hay más potenciadores de la desinformación: la capacidad de simulación de la inteligencia artificial; la preferencia que los algoritmos de las plataformas dan a los contenidos más perturbadores y emocionales, y su uso deliberado para manipular desde posiciones de poder.
Para contener daños y, ojalá, potenciar los rasgos positivos de la cambiante realidad mediática, tenemos responsabilidades personales; por ejemplo, ser más cuidadosos al reproducir mensajes, exigir ética y verdad al gobernante, los candidatos y las candidatas, y participar de manera proactiva en la discusión por redes, aunque nos insulten para callarnos.
Tan o más importante es mejorar e impulsar los medios de comunicación reconocidos, enraizados y con capacidad de integrarnos –no dispersarnos– socialmente. Entre ellos, la radio, en particular la regional, juega un papel clave, por su diversidad, empatía y cercanía. Pero son sus emisoras las más golpeadas por el modelo mercantilista que adoptó el gobierno para subastar frecuencias. El rechazo que ha generado revela nuestra buena salud cívica.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.
