No tengo el gusto de conocer en persona a doña Mercedes. Tampoco soy aficionada a ningún equipo en particular, pero la nota periodística titulada “Práctica de la Liga atrajo hasta a fans de otros clubes”, publicada el jueves 16 de noviembre en la sección “Puro deporte” de La Nación, captó mi atención.
Me atrajo también la fotografía que la ilustra, de doña Mercedes Reyes mostrando sonriente una manta elaborada por ella, que dice “No más violencia. Demos el ejemplo”.
¡Cuánta verdad puede caber en una imagen! Tanta que quiero comentarla, apoyándome para ello en la valiosa información de contexto que aporta la redactora Fanny Tayver en un texto al que no le sobra una palabra.
Resulta que la señora, adulta mayor, llegó a las 4 p. m. al entrenamiento abierto al público que hizo el primer equipo masculino de la Liga Deportiva Alajuelense.
Empezaba hasta las 6 p. m., pero la espera no importó. Tampoco importó que en este ejercicio no estuvieran presentes las estrellas seleccionadas del club. Doña Mercedes llegó ataviada de gala con sus colores rojinegros, atuendo confeccionado y cosido por ella misma.
En el bolso llevaba la manta. ¿Para qué la hizo? “Para que toda la familia pueda ir tranquilamente (al estadio), como se hacía antes”. ¿Acaso no es ese un objetivo de elemental sensatez y de probada universalidad, que trasciende niveles de ingreso y orientación ideológica?
Disfrutar tranquilamente. Encontrarnos sin agredirnos. Convivir en paz. A lo que añade nuestra sabia protagonista: “Nosotros debemos dar el ejemplo, para que en todos los estadios hagan lo mismo”, recordándonos, así, que la consistencia de lo que se predica radica en su conformidad con lo que se hace, y sonrojando, de paso, a quienes, frente a actos violentos en sus estadios, han esgrimido como eximente que en los del rival ocurre lo mismo.
Sociología de las emociones
Soy presidenta del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), y ustedes ya saben a lo que voy. La pasión política no suele ser muy distinta de la futbolística.
De hecho, cada vez más investigadoras e investigadores en todo el mundo están encontrando en la sociología de las emociones las claves para comprender los convulsos procesos políticos contemporáneos.
Los mismos clubes que en su día incentivaron la creación de barras, por el color y ambiente que imprimían al espectáculo, por su función como refuerzos identitarios que vinculan a la afición con el equipo, han tenido, en los últimos años, que desincentivarlas y hasta proscribirlas por sus derivas violentas, antisociales.
Este es, casualmente, uno de los principales quebraderos de cabeza en este momento en la discusión politológica, en torno a la participación política y electoral: ¿Cómo politizar a una ciudadanía apática, replegada hacia sus intereses privados, sin, a la vez, polarizarla?
¿Cómo conseguir que los tímidos hobbits dejen de ser indiferentes a todo lo que ocurre fuera de su pequeña comarca, sin que, por ello, se conviertan en hostiles hooligans? ¿Cómo, en palabras de Ana Belén (España camisa blanca), encontrar esos “cielos más estrellados / donde entendernos sin destrozarnos / donde sentarnos y conversar”?
Elecciones municipales
Nos aproximamos a unas elecciones en las que estamos llamados a votar, cada cual “por su pedacito de Costa Rica”. Como en las gradas del estadio, cunden las pasiones, las festivas, pero también las negativas, como la frustración y el odio, no pocas veces intencionalmente instigadas por esos pescadores que suelen sacar ganancia de ríos intoxicados.
La alegría sencilla en el gesto orgulloso de doña Mercedes Reyes nos recuerda a los costarricenses lo mejor de lo que hemos sido, lo mejor de lo que somos, lo mejor de lo que podemos volver a ser.
Gentes que quieren manifestar sus simpatías y disfrutar de su pasión, incluso en medio de la competencia, la victoria y la derrota, en paz. ¿Por qué negárnoslo?
La autora es presidenta del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE).