Comparada con la de Washington D. C., en julio pasado, la reunión cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) celebrada el miércoles en La Haya, Países Bajos, tuvo un resultado modesto. Sin embargo, comparada con las perturbadoras expectativas alrededor de Donald Trump, fue un éxito. En parte, se debió a sus presiones.
En Washington, aún bajo la presidencia de Joe Biden, la reunión de sus 32 jefes de Estado y Gobierno se desarrolló alrededor de dos pilares: uno, de compromisos y celebración por sus 75 años y dos nuevos miembros (Finlandia y Suecia); otro, de profunda y explícita solidaridad con Ucrania y rechazo de la agresión rusa. Sobre ambos casos, y muchos más, el comunicado final, de 38 párrafos, utilizó un lenguaje directo, robusto y certero. En La Haya, la misión fue otra: adoptar metas claras y rápidas sobre incrementos sustanciales en defensa –exigidos por Estados Unidos–, lograr que Trump mantuviera su compromiso con la organización, y reafirmar el respaldo a Ucrania y el rechazo a las agresiones rusas.
El primer objetivo se cumplió plenamente y ocupó más de la mitad de los cinco párrafos del escueto comunicado final, en el que Trump estampó su firma. Pese a las reticencias de España, la cumbre acordó multiplicar la meta de aportes en defensa, del actual 2% del PIB al 5% de aquí al 2035: 3,5% para gastos militares directos y 1,5% para infraestructura, innovación y resiliencia. Además, los firmantes adoptaron el “compromiso férreo” con la defensa colectiva, puntualizaron la “amenaza de largo plazo” de Rusia, reconocieron que la seguridad de Ucrania “contribuye a la nuestra” y le garantizaron “compromisos soberanos duraderos”.
Mi lectura: los europeos y canadienses cedieron ante las presiones de Trump para invertir más en defensa (algo necesario) y, a cambio, lograron que este reafirmara el compromiso con la organización, se distanciara de Rusia y se acercara a Ucrania.
El resultado pudo ser mejor; también, peor. Evitar esto último constituyó, en sí, un avance. Además, aunque la mayor inversión militar será un gran reto fiscal y político para europeos y canadienses, aumentará su capacidad y autonomía defensiva y reducirá su excesiva dependencia de Estados Unidos. No creo que sea exagerado, entonces, decir que la cumbre fue exitosa.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.