
Leyendo el último libro de Dan Brown, tuve que coincidir en que, desde siempre, la humanidad ha tratado de adivinar el futuro. Por siglos, han pululado los adivinos, brujas y clarividentes con toda suerte de artilugios para predecir lo que va a suceder.
Otro grupo de personas, los jerarcas de instituciones y directivos de empresas, tienen la tarea de navegar las aguas del futuro para tomar decisiones; no solo para apagar incendios sino, más importante, para definir y concretar objetivos en el mediano y el largo plazo.
Y, recientemente (¿en los últimos 50 años?), personas científicas y tecnólogas se han sumado a quienes nos dicen qué va a pasar en el futuro, y, más peligroso aún, a decirnos cuándo va a suceder cada cosa.
Existen hoy grandes organizaciones que se dedican a analizar tendencias tecnológicas y a predecir cómo estas van a afectar el futuro de las organizaciones.
Obviamente, muchas de las predicciones son, o tienden a ser, autocumplidas. Es decir, como fulanito dice que esto va a pasar, entonces pasa. Así también se construyen enormes burbujas en los mercados especulativos, que invariablemente explotan y causan toda suerte de dolor y desazón.
Ya llevamos casi tres años de oír que la inteligencia artificial (IA) va a cambiar el mundo. De hecho, las inversiones en dichos sistemas, los enormes centros de procesamiento y las plantas eléctricas para hacerlas funcionar alcanzan cifras nunca vistas. Solo este año y, únicamente entre los cinco gigantes tecnológicos, se estima que invertirán más de $300.000 millones.
Hace 25 años, nos decían que la única forma de hacer comercio el año entrante sería mediante el comercio electrónico. Las inversiones en fibra óptica alrededor del mundo se salieron de control, y la burbuja del “punto com” explotó. Efectivamente, el comercio electrónico ha crecido mucho, pero sigue estando lejos de ser la única forma de hacer comercio.
Y hace 20 años se pusieron de moda las redes sociales que, supuestamente, iban a darles voz a todos: la libertad de expresión iba a ser total y absoluta. Pero resulta que la ausencia de regulación permitió el desarrollo de algoritmos adictivos y de modelos de negocio engañosos que dan la impresión de ser un servicio gratuito cuando, en realidad, el producto que se vende es la información del usuario.
Hoy existe evidencia empírica comprobada del efecto nefasto de las redes sociales en niños y adolescentes, lo cual ha llevado, y debería seguir llevando, a prohibir el acceso a estas por parte de menores.
Vehículos autónomos
Hace 15 años, dijimos que “pronto” (en los próximos cinco años), los vehículos autónomos iban a desplazar a los choferes humanos y el mundo dejaría de llorar por la cifra anual de 1,3 millones de muertes en carretera. Efectivamente, la tecnología tiene 10 años de existir y es mucho más segura y eficiente que la conducción humana; sin embargo, la regulación no ha permitido que se generalice su uso.
En casi todo el mundo sigue habiendo regulaciones absurdas, como prohibir que se construya un automóvil sin pedales y manivela, y leyes de tránsito que se refieren al conductor como el responsable y, al no haber conductor, nadie sabe (ni quiere saber) qué hacer con la ley.
Muchos de los que se oponen a la circulación de los vehículos autónomos esgrimen la seguridad como motivo, cuando la evidencia es, por el contrario, que los vehículos autónomos son mucho más seguros: no consumen licor ni sustancias prohibidas, no irrespetan las leyes de tránsito, no se cansan, no se duermen ni les da hambre. Solo deben detener su funcionamiento para recargar la batería.
El otro gran argumento en contra es la posible pérdida de empleos, aunque ese no se dice en voz alta, ya que equivale a afirmar que preferimos que se siga matando la gente (1,3 millones de víctimas al año, sin contar a quienes fallecen en el hospital o días después del percance) antes que obligar a los choferes a buscarse otro oficio.
En el trimestre de abril a junio de este año, Waymo realizó 2,2 millones de viajes de robotaxis (el nombre que se les ha dado a los vehículos autónomos que ofrecen servicio de taxi) en cuidades como San Francisco y Austin, mientras que Baidu hizo algo similar en ciudades chinas. Interesantemente, la demanda de taxis tradicionales no ha bajado, la venta de vehículos tradicionales sí y, consecuentemente, la congestión ha disminuido.
La demanda total de viajes ha aumentado. Mucha gente que antes no utilizaba taxis, ni Uber, Lyft o DiDi, ahora usa robotaxis. Un buen ejemplo es la niñez preadolescente: mientras los responsables de estos menores nunca considerarían enviarlos solos en un vehículo con chofer, sí lo hacen en un carro autónomo.
A diario, leemos cómo va a cambiar el entorno laboral con la utilización de la IA, y la mayoría asegura que esto va a suceder “muy pronto”. Mientras algunos piden que se regule, otros muchos rechazan la regulación por considerar que va en detrimento de la innovación.
No hay duda de que la tecnología seguirá cambiando nuestras vidas a un ritmo cada vez más veloz, pero predecir el futuro también será cada vez más complicado.
Uno esperaría que hayamos aprendido la lección de los efectos nefastos resultantes de no regular las redes sociales. Ahora falta aprender la lección de irse al otro extremo: regular demasiado o hacerlo muy lentamente.
Roberto Sasso es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica y organizador del TEDxPuraVida.