“¡Hay jueces en Berlín!” es una frase de un cuento sobre el control de la justicia ante los abusos de poder. Había un humilde ciudadano que tenía su molino muy cerca del palacio, y eso al rey le molestaba porque afeaba el paisaje; de forma tal que, primero, ofreció comprárselo y, después, dada la negativa del molinero, amenazó con destruírselo. El molinero, angustiado, señalando hacia la ciudad, le contestó: “Para eso hay jueces en Berlín”.
Con esa expresión, el molinero manifestaba su confianza en la justicia y, efectivamente, planteó su caso ante el Tribunal de Berlín, el cual —sin importar que la otra parte era el rey— dictó una sentencia a su favor y pudo conservar su molino. A pesar de que ya se había iniciado la demolición, el rey decidió acatar la sentencia e indemnizar al molinero por los daños causados.
En palabras del jurista italiano Piero Calamandrei, “a los jueces se les confía un poder tan mortífero que, mal empleado, pueden convertir en justa la injusticia y transformarse en paladines de la sinrazón”. Por este motivo, confiar en los jueces es una de las expresiones democráticas más importantes en una sociedad y, en el momento que ello se resquebraja, los cimientos del Estado de derecho se empiezan a desvanecer con el peligro de su desaparición, como lamentablemente sucede en algunos países latinoamericanos.
Independencia y valentía
Indudablemente, la valentía es una virtud que enaltece la labor judicial y permite a los jueces resolver con independencia, es decir, impermeabilizados y sin temores a las presiones que puedan ejercerse externa o internamente con la intención de torcer sus decisiones. Quienes asumen el cargo de jueces no deben temer a nada ni a nadie. Un juez cobarde es tan dañino como un juez corrupto, y, a ambos, hay que vetarlos del sistema.
El juez independiente tiene que resolver lo que corresponda conforme a la ley, y punto, sin temor a los linchamientos que posiblemente realicen usuarios descontentos con un fallo judicial adverso, o así sea que luego se les critique en los medios de comunicación (formales o informales), o en las redes sociales.
La valentía es una coraza contra las reacciones de particulares, de la prensa, de grupos de presión social (religiosos, feministas, políticos, empresariales, etc.), y esta es una virtud esencial para la función que desempeñan en una sociedad democrática.
Vivimos en un país muy litigioso, donde los ciudadanos siguen confiando en los tribunales de justicia para que resuelvan sus conflictos con independencia e imparcialidad, relegando la justicia privada o por las propias manos. Esto es gracias a que, en su mayoría, las sentencias de los jueces son justas y apegadas al derecho; sin embargo, como en todo lado se cuecen habas, algunas resoluciones judiciales causan preocupación, en virtud de una fundada sensación de que prevalece el temor de los jueces ante el brazo del opresor y que este logró torcer la ley a su favor.
Sin miedo
Tengo más de veinte años de una estrecha amistad con un juez valiente de nacionalidad salvadoreña, excompañero de estudios de posgrado, quien es el ejemplo más cercano que conozco del ideal de un juez que no le tiene miedo al poder que trata de quebrantar la independencia judicial con su insalubridad. Su nombre es Juan Antonio Durán, y yo lo llamo Juan sin Miedo (por el famoso cuento de los hermanos Grimm).
Ser valiente le costó a Juan Antonio que lo destituyeran de uno de los puestos más altos al que puede aspirar un juez de carrera en el sistema de justicia de su país y, como reproche adicional, fue desterrado a uno de los lugares más recónditos de la jurisdicción judicial. No obstante, es un juez que enaltece día tras día su función ejerciéndola con gran valentía frente a los ataques despóticos que pretenden socavar la independencia judicial. Hay jueces que por miedo a perder su silla, o evitar sean truncadas sus aspiraciones de ascenso, traicionan o venden la justicia.
En nuestro país, por suerte, tenemos muchos jueces y juezas valientes; sin embargo, cada vez son menos. Personalmente, añoro la sabiduría innata y el carácter implacable, frente a toda presión externa o interna que pretendiera socavar su independencia de criterio, de varios juristas que ya no están y que honraron al Poder Judicial con su hidalguía, como otrora lo fueron Dunia Chacón, Ligia Arias, Johnny Mejía, Alicia Fallas, María Emilia Solera, Jeannette Villarreal, Elizabeth Tosi, Carlos Boza, entre otros juzgadores de lujo que harían muy extensa esta lista, quienes —como se dice coloquialmente— “no se arrugaban” ante nadie.
Como dijo el maestro uruguayo Eduardo Couture, “el día que un juez tenga miedo, ningún ciudadano va a dormir tranquilo”. Ojalá nunca destelle el insomnio en los ciudadanos, causado por el miedo de los jueces al brazo opresor, porque empezaríamos a decir “¡adiós, democracia!”.
El autor es abogado penalista.
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