Nadie me lo ha pedido, pero he decidido ofrecer un modesto consejo a los 20 candidatos y candidatas presidenciales. Es este: hagan campaña como si Rodrigo Chaves no existiera.
No sugiero negar su cargo, su corporalidad y los actos y actitudes que emanan de ellos. Son reales y nos los recuerda –y los padecemos– cada día, con su estrategia de estridencias. Lo que propongo es no convertirlo en foco del debate electoral, porque lo beneficiaría, y centrarlo en dos grandes ejes, de los que podrían derivarse otros. El primero: los problemas que Chaves ha desdeñado, agudizado o creado en estos tres años y cinco meses, y que no dejan de pasar factura; el segundo: qué plantea cada candidata o candidato, no solo para atajarlos, sino –y más importante– para impulsar bienestar general. Me refiero, con esto último, a visiones responsables de futuro, y cómo y con quiénes se proponen hacerlas realidad.
Recomiendo, en esencia, campañas que, desde la defensa de la democracia –deber inclaudicable de todos– se centren en abordar las necesidades y prioridades de la gente; entre ellas, seguridad, salud, educación, infraestructura y equidad territorial, donde los vacíos se han ampliado. Y claro, no pretendo que descuiden factores personales. En medio de tantas opciones y falta de identidad partidaria, la empatía individual es tan o más importante que las propuestas. En el gobierno será otra cosa.
Si incluyo a los 20 en mi instancia, es porque incluso Laura Fernández debería ponderar con cuidado qué implica centrar su campaña en vestirse con los ropajes de Chaves. No pasa por adoptar su programa, porque no lo ha tenido; tampoco, en apropiarse de logros, porque brillan por su ausencia, ni exhibir un equipo que no existe. Solo le quedarían la figura y el estilo ajenos, que no le calzan e implicarían renunciar a los propios. Y si llegara a Zapote, le sería mucho más difícil tomar distancia para gobernar por sí misma y no desgastarse en defender un legado de deterioro nacional, que cualquier nuevo gobierno deberá enfrentar.
En síntesis, estimadas y estimados aspirantes, no sean para nada complacientes con el catastrófico legado del presidente, pero tampoco conviertan al personaje –o quien, erróneamente, pretenda encarnarlo– en centro de sus debates. El eje deben ser el país y su gente.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.
