Tengo casi certeza de que a nadie sorprendió que la OCDE asignara a Costa Rica el penúltimo lugar en infraestructura de transporte entre sus 38 países miembros. El mal lo sufrimos a diario: transporte urbano colapsado, calles ahogadas, maltrechos trenes abarrotados, carreteras inconclusas y puertos insuficientes. Solo los aeropuertos se salvan. El daño a la calidad de vida y el desarrollo en general es enorme.
La culpa no puede achacársele a la falta de recursos. Allí están, además del Presupuesto Nacional –que debería manejarse estratégicamente–, los préstamos multilaterales y las posibilidades de concesiones y alianzas público-privadas. El gran obstáculo es la mezcla de planificación inadecuada, débil institucionalidad, procesos ineficientes y una actitud cortoplacista aunada a la miopía –o mezquindad– política. Son fallas crónicas de larga data, acentuadas en estos tres años.
El 20 de julio de 2022, el gobierno descartó el proyecto de tren eléctrico metropolitano, que había dejado listo y financiado su predecesor. Aún no se activa el sustituto; tampoco, el del Tren Limonense de Carga (Telca). El 4 de octubre pasado, el presidente Chaves declaró abierto el último tramo de la Circunvalación norte, pero los trabajos no han concluido y está pendiente un litigio con la constructora. Hace una semana dio la orden de iniciar obras en la llamada “punta sur” de la carretera a San Carlos. Sin embargo, solo comenzarán en algunas de las “unidades prediales” en que se dividieron sus 8,2 kilómetros. Razón: 20 años después, todavía faltan expropiaciones.
La ampliación de la Interamericana, entre Barranca y Limonal, fue suspendida a finales de 2022. Se reiniciará con otro contrato y un incremento de costos, que puede sumarle $44 millones. Las rotondas que sustituyeron varios pasos a desnivel originales en la ruta 32 –con más de cinco años de atraso–, tienen serios problemas de diseño. El tercer paso a desnivel en La Lima de Cartago podría colapsar en ocho años, por la decisión de eliminar el cuarto.
Si algo revela esta lista parcial es que el problema se remite, en esencia, a la pésima gobernanza de la infraestructura, a pesar de que abundan modelos sobre cómo hacerlo bien. Y lo peor es que no se ven salidas a plazo razonable, por desinterés, obcecación e impericia.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.