Tres magníficos reportajes de Telenoticias, a cargo del periodista Luis Ortiz, pusieron en evidencia, a fines de mayo, el potencial de la Internet para impactar la comunicación y el comportamiento mediante intervenciones fraudulentas, casi siempre pagadas.
La existencia de perfiles falsos, troles y bots no es novedad, pero Ortiz demostró su uso frecuente en nuestro país, con ejemplos concretos de distorsión del discurso político y noticioso. La red es un mundo donde los rumores, noticias falsas y montajes conviven con informaciones valiosas, pero los reportajes de Telenoticias evidencian que la manipulación no es siempre un esfuerzo aislado. Hay una industria de la falsedad organizada.
Para falsificar la popularidad de una marca comercial, un medio de comunicación o un político, basta ingresar a sitios donde venden likes y seguidores. Ortiz adquirió, a ojos de los televidentes, mil seguidores para su cuenta de Twitter por $9.99. Un millón vale $4.800 y esa misma suma compra 200.000 likes en Facebook, suficientes para atraer usuarios interesados en descubrir los aparentes atractivos del sitio beneficiado.
Pero la popularidad instantánea es, quizá, el engaño más inofensivo. Hay quienes se ganan la vida posando en la web, con múltiples perfiles y personalidades, para provocar, sembrar duda donde no la hay o propagar falsedades. A eso se dedican los troles y para hallarlos no hace falta ir más lejos que la sección de comentarios publicados por La Nación al pie de las informaciones. Esta columna tuvo sus troles y quizá aún los tenga. De seguro, los tendrá cuando estemos más próximos a la campaña política. El más memorable se llamaba Isis –el apellido se perdió en la memoria– y no pasaba un domingo sin hacer un comentario. Los troles no son fáciles de detectar, pero Isis fue particularmente imbécil.
Desde el anonimato, se sienten en libertad de difamar y distorsionar. Un extraño efecto de atracción lleva a usuarios verdaderos a seguirles la corriente y así crean, artificialmente, tendencias de opinión. Ese mismo objetivo persiguen los bots, pequeños programas informáticos creados para insistir en un mensaje de manera automática, con el fin de influir en la opinión pública. Esa tarea es compartida por los “influenciadores”, personas reales dispuestas a poner su peso en Internet al servicio de cualquier causa.
La lectura de la red exige cautela y los reportajes de Telenoticias deberían ser objeto de estudio en escuelas y colegios.
A los adultos tampoco nos vienen mal.
El autor es director de La Nación.