¡Enternecedor! Conmueve el frenesí de obra municipal por toda Costa Rica. Mire adonde mire, desde finales del año pasado, observo calles en reparación, nuevas aceras, parques renovados, nuevos espacios públicos, camiones de la basura que no fallan… en fin, una probadita para consumo ciudadano de lo que sabe el sector público cuando se despereza. Y hay que dejar de fregar: sabe rico.
Señoras y señores: “En este país, ¡sí se puede!”. Y no me vengan a decir los cínicos y malpensados que este desparrame de activismo municipal se explica por las elecciones de febrero próximo o que los cerca de cincuenta alcaldes pulseando la reelección actúan politiqueramente: se aprovechan de los recursos públicos para cimentar redes clientelistas de poder, ganar los comicios y preservar sus jugosos sueldos.
Pensándolo mejor: está bien, me lo pueden decir porque es probable que en muchos casos sea cierto. Pero, por las fuertes emociones que me provoca tanta obra en construcción, permítanme aplicar hoy un razonamiento circular: ¡Sí, es la politiquilla, pero qué rico es ver que las munis corren, aunque sea por motivos tan efímeros como un amor de temporada!
Lo reconozco: me fui de jupa con el oropel municipal, pero tampoco soy incauto. Tanto frenesí producirá un resultado altamente probable: una buena parte (si no la mayoría) de los alcaldes que buscan reelegirse logrará su cometido. Aunque sean unos impresentables. Es una de las ventajas del titular: compite en una cancha desnivelada contra rivales que no han podido hacer obra y no tienen el tejido de las dirigencias locales a su favor.
Entonces: ¿Conviene la reelección indefinida de alcaldes? Hay personas que piensan que, con independencia de las ventajas con las que compite el oficialismo, si una persona hace una buena labor debería seguir hasta que no quiera; que las elecciones son como un examen: si ganan, que sigan adelante.
Otras proponen un límite al número de veces que una persona puede repetir como alcalde para evitar que surjan dictadorzuelos locales desconectados de las necesidades reales, pero con una maquinaria clientelista imbatible. Se le daría chance para hacer una labor (ocho o doce años), pero no para eternizarse.
Personalmente, creo que esto último es lo más sano. El poder indefinido atrae muchos malos olores. Y hay sitios hediondos en Tiquicia.
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El autor es sociólogo.