Viajé a Australia dos veces en mi vida atraído por esa distante cultura exótica, una mirada cálida que aún perdura en mi memoria, y un sistema político bipartidista que se me antojaba fascinante por su similitud con el nuestro en ese entonces. Las elecciones del domingo provocaron estas reflexiones.
Dos partidos políticos han dominado el escenario electoral: Laborista (centro izquierda) y la coalición Liberal-Nacional (conservador). Siempre me incliné por los liberales, pues integrarse en una coalición con los nacionalistas frente a un partido laborista tradicionalmente mayor me parecía una forma inteligente de hacer política. Además, su plataforma económica y austeridad fiscal se acomodaban mejor a mi filosofía liberal.
La campaña se caracterizó por pocos debates (solo tres, y, al final, con preguntas del público, no de periodistas, y poca influencia en las encuestas); ataques duros y al cuerpo; y centrar el gran tema de campaña alrededor de un eje: continuidad o cambio de poder. El partido del primer ministro y candidato laborista, Kevin Rudd, había estado en el poder seis años y acumuló –como suele suceder– muchos errores que le pasaron la factura. La crisis económica internacional no le ayudó. Aun así, quiso convencer de la continuidad de su partido por haber hecho importantes obras y haber sorteado relativamente bien la crisis. La gente quería un cambio y le dio la espalda. El poder desgasta.
Tony Abbott, líder de la coalición conservadora, prometió reactivar la economía para combatir el creciente desempleo y mejorar la infraestructura. Se definió como “el candidato de los tractores”, pues ofreció impulsar la producción con una inversión vigorosa en infraestructura y el apoyo del sector privado (en Australia, y cualquier parte del mundo, el productor es el principal generador de crecimiento y empleo, aunque la izquierda diga lo contrario). Dice The Economist que Abbot desarrolló una nítida campaña publicitaria “libre de errores y gazapos”. Nunca incurrió en contradicción ni metió las de andar. Una buena lección.
Curiosamente, ambos candidatos asumieron una posición conservadora frente a la inmigración (en botes y barcazas) que, en cierta forma, desplaza a la fuerza laboral local. Y, cuando muchos pensaban que la crisis económica internacional, atribuida por la izquierda al sistema capitalista, les había cerrado las puertas a partidos políticos proclives a esas tendencias y con plataformas fiscales conservadoras, surgen estas elecciones para demostrar que, en política, nunca se debe esculpir en piedra. El libre mercado no está electoral ni económicamente muerto.