La cuarta revolución industrial, caracterizada por la convergencia de nuevas tecnologías digitales, físicas y biológicas, está dando lugar a una nueva era de innovación y transformación de la economía. Una de sus manifestaciones más interesantes se presenta en la confluencia entre el transporte eléctrico, la internet de las cosas (IoT) y las redes de telecomunicaciones.
Costa Rica se encuentra en una posición ventajosa, gracias a su propuesta de valor, su naturaleza innovadora y vocación de sostenibilidad, para aprovechar este fenómeno.
La transición de vehículos de combustión a eléctricos en Costa Rica capta la atención de propios y extraños, pero el cambio en el parque automotor es solo la punta del iceberg en una revolución energética y tecnológica más amplia.
Si bien Costa Rica incorporó de forma extraordinaria los vehículos eléctricos, el verdadero cambio transformador radica en la electrificación del transporte público, ya que es el mayor consumidor de hidrocarburos y el principal responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Esta estrategia disminuiría drásticamente las emisiones y la compra de combustibles fósiles, y proporcionaría un medio de transporte más eficaz y sostenible a la población costarricense. El tren eléctrico, en esta coyuntura, es un proyecto que debe realizarse.
Infraestructura necesaria
La electrificación del transporte va más allá de simples puntos de carga. Es fundamental contar con una infraestructura robusta y adaptativa. Las redes inteligentes, impulsadas por la IoT y respaldadas por tecnologías 5G, son esenciales.
Estas redes son adaptables en tiempo real a patrones de consumo para anticipar necesidades y distribuir energía de manera eficiente. La fusión de sensores y dispositivos interconectados proporcionará datos valiosos que, combinados con la velocidad y la capacidad de la 5G, facilitarán la toma de decisiones rápidamente, los análisis predictivos y una coordinación entre vehículos, estaciones de carga, los hogares, las industrias y la red eléctrica. Estamos ante una infraestructura que “aprende” y “se comunica”.
A medida que crezca la flota de vehículos eléctricos, se requerirá ampliar la generación de electricidad. En la última década, Costa Rica tuvo una matriz eléctrica basada en fuentes renovables y sacó provecho de sus abundantes recursos naturales.
Las energías eólica, solar, hidráulica y geotérmica —reflejo de la diversidad natural costarricense— minimizan la huella ambiental, otorgan resiliencia frente a variaciones en los precios energéticos globales y fomentan el desarrollo local.
Para crecer en producción eléctrica, el país debe transformar su modelo de negocios y empezar por atraer inversión internacional dispuesta a financiar la transformación. El ICE debe adaptarse rápidamente y promover activamente las nuevas tecnologías.
Por lo anterior, las propuestas de explorar y explotar gas natural van en la dirección contraria a las tendencias globales y la esencia nacional.
Costa Rica es un caso excepcional en muchos aspectos cuando se habla de energía y sostenibilidad. El país ha mostrado un compromiso notable con la conservación del medioambiente, la reforestación y la transición hacia fuentes de energía renovable.
La decisión de explotar gas natural —si todo va bien en una década— pierde sentido cuando está ocurriendo una rápida evolución, disminución de costos y uso de tecnologías de locomoción eléctrica.
A medida que la demanda de combustibles fósiles disminuye y aumenta la presión social y regulatoria contra ellos, las inversiones en gas natural podrían convertirse en activos “varados”, es decir, activos que pierden valor antes de finalizar su vida útil económica.
Hidrógeno verde
Más bien, el hidrógeno verde, producido a través de energías renovables, emerge como una solución innovadora en el panorama de almacenamiento y distribución energética para el país.
Aparte de actuar como complemento para vehículos eléctricos, ofrece un significativo potencial a medios en los cuales la electrificación se torna más complicada, como en el caso del transporte pesado.
Las baterías convencionales no parecen ser la solución óptima para vehículos pesados, sino el hidrógeno verde con su alta densidad energética y capacidad de carga rápida.
Ya sea en camiones, autobuses o incluso en embarcaciones y aeronaves, su utilización reduce las emisiones y a mediano plazo presentaría ventajas en costos operativos.
El hidrógeno verde tiene un papel crucial no solo en el sector energético, sino también en la producción industrial, particularmente en la fabricación de fertilizantes. La producción de amoníaco, un componente esencial de muchos fertilizantes, tradicionalmente depende del proceso Haber-Bosch, que utiliza hidrógeno derivado de combustibles fósiles, como el gas natural. Sin embargo, al utilizar hidrógeno verde, obtenido a través de energías renovables, se puede fabricar amoníaco de manera sostenible.
Esto representa una doble victoria para el medioambiente. Por un lado, se reduce la dependencia de los combustibles fósiles y, por otro, disminuyen las emisiones de dióxido de carbono asociadas a la producción de fertilizantes. Además, con la creciente demanda global de alimentos y, por ende, de fertilizantes, tener un proceso más limpio y sostenible es esencial para afrontar los retos del cambio climático y la seguridad alimentaria.
La confluencia entre la propuesta de valor de Costa Rica y las oportunidades que brinda la cuarta revolución industrial puede ser la receta para un futuro sostenible y próspero del país. De forma específica, establecer industrias relacionadas con el transporte eléctrico y la química vinculada al hidrógeno verde es es salto estratégico lógico para aumentar la complejidad económica, diversificar exportaciones y crear buenos empleos para costarricenses de diversas capacidades.
Atraer inversión en este ámbito implica no solo la producción de vehículos eléctricos, sino también la infraestructura asociada: baterías, estaciones de carga, redes inteligentes, software y sistemas de control.
Por otra parte, la industria del hidrógeno verde conduciría al desarrollo de tecnologías de producción, almacenamiento y transporte más eficientes, sostenibles, flexibles y avanzadas.
Víctor Umaña es economista agrícola. Realizó sus estudios de posgrado en Economía Política Internacional en la Universidad de Berna y el ETH de Zúrich, Suiza. Es consultor internacional en comercio internacional, competitividad y desarrollo sostenible.