
Cuando preparo y doy clases, no olvido ni por un momento que mis estudiantes necesitarán conseguir un trabajo al graduarse y que el país requiere excelentes profesionales y personas. Por eso, además de la teoría y la metodología, busco que ejerciten la capacidad para ser gentes creativas, autónomas, críticas y socialmente hábiles.
Cuando es posible, les pongo a buscar la teoría en la calle, en los centros religiosos, en las paradas de buses, en cementerios, supermercados y colegios. Que adviertan cuáles valores circulan en la sociedad leyendo los productos y sus precios; que analicen lo que hacemos con el sufrimiento, el amor y la pérdida a través de las lápidas; que observen los vínculos entre la gente de la calle y los retos que tienen los negocios.
Evalúo de forma que, más que memorizar, requieran comprensión y capacidad de abstracción para la elaboración de sus trabajos. Además, fomento que sumen sus propias habilidades y gustos, relacionados con otras áreas del conocimiento y la cultura, para que sean capaces de producir conocimiento y propuestas desde una visión transdisciplinaria.
Por ejemplo, les pido apropiarse de una obra artística y recrearla en un sitio público, para la gente que pase por el lugar, dejando entrever los conceptos principales y sus actualizaciones en la región latinoamericana.
Cada participación en clase se vuelve una ocasión para que trabajen sus habilidades sociales, tales como la comunicación oral, el lenguaje corporal y el manejo de la ansiedad frente a las miradas.
Las clases son el escenario para fomentar la tolerancia a la frustración, el trabajo en equipo, la autocrítica, el liderazgo y la empatía, mediante el énfasis en la escucha y aportaciones entre pares en un proceso de mejora de las tareas.
Es fundamental establecer límites a los comportamientos groseros, las demandas que no corresponden y los intentos de fraude. Fomentar la lealtad, la honestidad y la bondad como valores esenciales es parte de la tarea docente.
Uno de los principales obstáculos que encontramos en el aula es la dificultad para cultivar cuidadosamente el vínculo, fragilizado por una simple mirada o una risa burlona. Por eso, abro espacios individuales cuando así me lo solicitan, para ofrecerles alguna guía docente sobre determinado aspecto que, por lo general, tiene buenos resultados gracias a su perseverancia.
Otro de los retos es su abrumadora actitud blasé –concepto del filósofo alemán Georg Simmel para nombrar la poca capacidad de impresionarse por las cosas– con la que intento lidiar mediante una docencia apasionada.
Pero nada de ello sería posible si confundiéramos a nuestro estudiantado con un carné. Hay que preparar cada lección y entrar a cada clase honrando su condición humana, como lo hizo mi profesora de literatura en el Colegio Nocturno de Puriscal, cuando notó que había leído el libro completo, en vez del capítulo, y me miró con bondad.
No niego que en ocasiones el trabajo es frustrante y se siente inútil; es un proceso de revisión constante para intentarlo de varias formas cuando la usada falla. Pero vale la pena por los estudiantes que aceptan la propuesta y por la satisfacción de cumplir con la vocación de servicio público.
Cuento esto para honrar a quienes hacen lo mismo, como un gesto para recordar la dignidad del oficio.
isabelgamboabarboza@gmail.com
Isabel Gamboa Barboza es escritora, profesora catedrática de la UCR y docente tiktokera.