Aunque mi hijo Marco Antonio había decidido permanecer en Israel, me llamó para informarme y también para escuchar mi criterio, en vista de la guerra que comenzó el 7 de octubre y la posibilidad de salir del país.
Mi hijo es residente médico en Haifa, y otros como él estaban saliendo de Israel a la espera del fin del conflicto.“Papá —me dijo—, salir del país mientras se calma la situación es una posibilidad, pero hablé con mi superior y decidí permanecer laborando en el hospital; quería comunicártelo, no sé qué criterio te merece mi decisión”.
En el hospital ya no estaban Avner, Liran ni tampoco Roy, entre muchos otros de sus buenos amigos de residencia; por ser médicos israelíes, los necesitan en el frente para atender heridos en la primera línea de batalla.
Él tomó una resolución en solidaridad con sus amigos: “Si me voy, ¿quién los cubrirá aquí en el hospital? Los residentes extranjeros se están yendo y falta personal”, agregó.
Incluso Yelena, enfermera a quien esa semana le mataron un hijo en la frontera con Gaza, debía continuar sin interrupciones sus labores sanitarias, esenciales en este momento.
Mi primera reacción fue de angustia, dada su decisión. El instinto me tentó a sugerirle que tomara la misma decisión que los demás compañeros extranjeros, que regresara al país. Sin embargo, antes de contrariarlo, comprendí el hondo sentido del deber que lo embarga.
Entendí que para él sería como tomar un atajo. Cuando las circunstancias nos enfrentan a la tentación de tomar los caminos más convenientes para nuestros intereses prácticos, estos caminos suelen hacernos evadir llamados del deber que son más honrosos.
El apóstol san Pablo afirmaba que muchas cosas nos son permitidas, más no todas nos edifican. En los instantes que tardé en darle mi criterio, recordé la famosa respuesta que Winston Churchill dio a Chamberlain cuando regresó de firmar un acuerdo de paz imprudente con Alemania.
Acuerdo que, lejos de garantizar la paz, coadyuvó al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Churchill le dijo a Neville Chamberlain: “Se te puso a escoger entre el deber o el deshonor, y escogiste el deshonor. Ahora tendrás el deshonor, ¡pero tendrás también la guerra!”.
La anécdota refleja un principio de vida. Cuando evadimos el desafío que nos imponen las circunstancias, las consecuencias de eludir el reto tienden a ser más costosas.
Por ello, mi respuesta fue apoyar a mi hijo. En todo caso, él es un adulto y toma sus propias decisiones, y yo debo reconocer que seguir ofreciendo sus servicios médicos, en tiempo de extrema necesidad, es una alternativa moralmente superior. El aporte de un médico en tiempos de guerra siempre será una contribución a la paz.
El autor es abogado constitucionalista.
