
Aunque hayan tomado la precaución de llamarla “Democracia Siempre”, la cumbre internacional que acaba de realizarse en Chile -el 21 de julio- no es más que una enclenque heredera de aquella novedosa “Cumbre Progresista” que los mandatarios Bill Clinton (Estados Unidos) y Tony Blair (Reino Unido) crearon en 1999, y que se anunciaba como una plataforma para promover políticas de izquierda y centroizquierda en el mundo, durante las primeras décadas del siglo XXI.
Sin embargo, los entusiasmos de los fundadores no tardarían en debilitarse, hasta que una década después, en 2009, se realizó el último de aquellos encuentros, al que asistieron, por ejemplo, Cristina Fernández, entonces presidenta de Argentina, y sobre quien ya pesaban los señalamientos de corrupción que, años después, serían comprobados y penalizados por los tribunales argentinos.
Con la misma premisa del dúo Blair-Clinton, que sostenían el beneficio de establecer lazos entre los gobernantes “progresistas” del mundo, Gabriel Boric logró reunir en Chile a otros cuatro presidentes: Lula da Silva (Brasil), en realidad, coautor intelectual de esta iniciativa, que intenta atenuar las consecuencias de sus relaciones de amistad con Vladimir Putin, escondiéndose tras el argumento del multilateralismo; Pedro Sánchez (España), asediado por numerosos y crecientes escándalos y expedientes de corrupción; Gustavo Petro (Colombia), cuya presidencia hace aguas por todas partes, como producto de guerras políticas intestinas en el gobierno, del auge de la producción de cocaína y de los ejércitos del narcotráfico, así como sucesivos episodios de carácter personal, que interrogan sobre su salud mental; y, por último, el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, cuya política exterior está claramente marcada por la cautela.
A esta sumaria relación hay que agregar la situación política del propio Boric, resistiendo con muchas dificultades los embates de las fuerzas políticas de la extrema izquierda, el indigenismo, la centroderecha y la derecha. Basta con detenerse en el retrato del grupo para hacerse la legítima pregunta de cuáles de los cinco podrían terminar tras los barrotes durante los próximos años.
El hecho relevante de la cumbre no es solo, como han señalado algunos observadores, un velado y muy retórico primer paso para crear un frente anti-Trump. Esa es solo una parte de la cuestión. El otro propósito, mucho más visible desde América Latina que desde Europa, no es otro que marcar distancia, desprenderse del pesado y cada día más insoportable lastre político que constituyen hoy las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
A pesar de las diligencias que el cartel de los lobistas intentó a favor de los tres regímenes –lobistas pagados por Maduro con los dineros de Petróleos de Venezuela–, finalmente no fueron invitados. Pero no hay que apresurar las conclusiones: no significa que el quinteto haya roto con las tres dictaduras. No se retrataron con Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, pero los envolvieron con su silencio cobardón.
Hay que leer la declaración oficial emitida por “Democracia Siempre” –previsible, un tanto escolar y repetitiva, de tono pálido y burocrático–, para que las omisiones de los cinco presidentes adquieran su plena y real significación.
Y es que en el documento en el que se habla de democracia, derechos humanos y justicia social, no hay una palabra sobre las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Ni una palabra sobre los miles de ciudadanos inocentes e indefensos que han sido convertidos en presos políticos por aspirar a una vida mejor. Ni una palabra sobre las desapariciones, los secuestros, la violación del debido proceso, la negación del derecho a la salud, los sistemas de tortura, la persecución sistemática de dirigentes sociales, sindicalistas, gremialistas, políticos, periodistas, abogados y defensores de los derechos humanos. No dedica ni una frase a los presos políticos que mueren en una celda inmunda por falta de medicamentos y atención médica.
Sánchez habla de la amenaza que representan la alianza de la ultraderecha y los oligarcas. ¿Acaso no es mucho más siniestra, letal y corrosiva, la alianza entre la dictadura de Maduro y las narcoguerrillas colombianas?
¿Y cómo calificar una cumbre internacional que, reunida el 21 de julio –justo una semana antes de hoy, 28 de julio, cuando se cumple un año del más grande fraude electoral jamás cometido en la historia política del continente–, no insista en que el golpista de Nicolás Maduro debe abandonar el poder de inmediato para dar paso a un gobierno de emergencia y unidad nacional encabezado por Edmundo González Urrutia, que comience a crear los fundamentos de una nueva etapa democrática para Venezuela?
¿No es la venezolana una causa concreta e inmediata para cumplir con los propósitos de “Democracia Siempre”?
Miguel Henrique Otero es presidente editor del diario ‘El Nacional’, de Venezuela. Artículo reproducido por acuerdo con el Grupo de Diarios de América (GDA).
