A mediados de los años 70, mi papá Rogelio y mi tío Félix, cubanos hijos de españoles y naturalizados costarricenses, comentaban a menudo sobre la suerte de España tras la muerte del dictador Francisco Franco. De jóvenes, habían militado en grupos de apoyo a la República, abundantes en Cuba durante la guerra civil de 1936-39, en la que venció el “Generalísimo”. Los inquietaba si su inminente desaparición conduciría a una dictadura reciclada o a un caos descontrolado.
Nada de esto pasó tras su muerte, ayer hizo 50 años. Lo sucedió un breve Consejo de Regencia. Juan Carlos, proclamado rey, confirmó como presidente de gobierno a Carlos Arias Navarro. Adolfo Suárez lo sustituyó un año después. En 1977, al frente de la Unión de Centro Democrático (UCD), ganó las primeras elecciones libres desde 1936. La verdadera transición había comenzado.
Una nueva Constitución, aprobada en referendo, entró en vigencia en diciembre de 1978. Fue un modelo de equilibrio entre reformistas ligados al antiguo régimen y una oposición reprimida hasta entonces; entre monárquicos centralistas y demócratas regionalistas, y entre impulsores del cambio rápido y defensores de la estabilidad.
Siguieron hechos y etapas muy difíciles; entre ellos, un fallido intento de golpe en 1981 y el prolongado terrorismo de ETA. Además, las tensiones que equilibró el texto constitucional nunca cesaron. Sin embargo, España es hoy una democracia moderna, tolerante y vital.
El ejemplar artilugio de su transición se debió a múltiples factores y personas, pero su gran método fue uno: el pragmatismo con visión. Es decir, actuar con apego a la realidad, sentido de las posibilidades y renuncia a pretensiones maximalistas, pero sin descuidar la gran meta de construir una democracia inclusiva, cada cual desde sus ideas. De esto se trató la Constitución, pero tuvo otros reflejos; por ejemplo, que un gobierno socialista, pese a sus prejuicios, impulsara la adhesión a la OTAN, gran alianza occidental, y a la Unión Europea.
Hoy, dentro de un sólido marco democrático, la crispación ha resurgido. El electorado reniega. La intransigencia avanza y ha impedido las coaliciones indispensables para superar la falta de mayorías parlamentarias. Cincuenta años después de Franco, debería ser momento para retomar el pragmatismo perdido.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.