El catolicismo lo ha entendido por siglos, con sus imponentes templos, sus cantos y letanías, sus acústicas envolventes, sus impecables ceremonias, la guía de su liturgia, sus bellas –y, a veces, implacables–imágenes, y el uso de tantos medios como sean posibles para divulgar el credo. En fin: experiencias que, desde la palabra, se vuelven multisensoriales.
Digo lo anterior, como culturalmente católico –más que creyente–, para destacar que pocas personas pueden hablar con tanta autoridad de la comunicación como un papa; en este caso, León XIV, durante su encuentro con los periodistas, el 12 de este mes. Su solidaria alocución, en la que destacó “el precioso don de la libertad de expresión”, es una pequeña joya sobre cómo cualquier persona, no importa a qué se dedique, debe abordar y respetar ese ejercicio esencialmente humano. Allí dijo, inspirado por Francisco: “Desarmemos la comunicación de todo prejuicio y resentimiento, fanatismo e incluso odio: liberémosla de la agresividad”; también, “desarmemos las palabras y contribuyamos a desarmar el mundo”.
Quizá no haya existido una época en que este llamado sea tan relevante, no porque ahora se odie más, algo que no sé, sino porque la expansión y expresión pública del odio, así como la agresividad y degradación de palabras e imágenes, se multiplican con celeridad inédita, en medio de creciente inseguridad e incertidumbre.
“La paz comienza con cada uno de nosotros –dijo también León XIV–: en la forma en que miramos a los demás, escuchamos a los demás y hablamos a los demás”. De ello depende “construir entornos humanos y digitales que se conviertan en espacios de diálogo y debate”. Corolario: hablemos a los “otros” como “nosotros”. Es lo contrario a las amenazas y los insultos chabacanos como herramientas de influencia.
Necesitamos muchos oídos para escucharlo en Costa Rica.
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Eduardo Ulibarri es periodista y analista.