Ha pasado un año desde que la comunidad internacional dio su apoyo al Fondo de Acceso Global para Vacunas contra la covid‑19 (Covax), iniciativa mundial para poner fin a la fase aguda de la pandemia.
Se creó con el objetivo de que todos los países (y no solo los que cuentan con dinero o recursos suficientes) pudieran acceder a vacunas en cuanto estuvieran disponibles.
Hace un año, nadie sabía si sería posible desarrollar una vacuna segura y eficaz contra la covid‑19 ni cuándo (por no hablar de las veinte que ya existen). Pero desde las primeras entregas internacionales que hizo en febrero, el Covax (un acuerdo de asociación entre la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias, la Organización Mundial de la Salud, la Unicef y Gavi, la Alianza para la Vacunación) envió más de 235 millones de dosis a 139 países, y prevé mandarles otros 1.000 millones en el cuarto trimestre (solo China, la India y Estados Unidos superan estas cifras).
Este inicio para la campaña de vacunación más grande y compleja de la historia ha dado esperanzas a millones de personas, y sienta cimientos sólidos para la respuesta a futuras pandemias.
Pero a estas alturas, se tendría que haber hecho mucho más. Es inaceptable que solamente el 1,8 % de los habitantes de países de bajos ingresos hayan recibido la primera dosis de una vacuna contra la covid‑19, contra el 82 % en los países de ingresos altos y medianos altos.
Esta desigualdad sorprendente, destructiva en términos de vidas humanas, es también irracional desde el punto de vista económico: según los últimos cálculos, la lentitud en el despliegue de las vacunas ya costó $2,3 billones.
El mundo estaba muy mal preparado para una pandemia, de lo que dan cuenta los desafíos a los que se enfrentó el Covax. Cuando recibió los primeros fondos, los países ricos ya habían acaparado los suministros iniciales de vacunas; proveedores esenciales se encontraron con prohibiciones a las exportaciones y muchos fabricantes tuvieron dificultades para llevar la escala de producción al plano necesario, todo lo cual contribuyó a reducir el acceso del Covax a dosis en las primeras etapas del programa.
En vista de la creciente desigualdad mundial en el acceso a las vacunas y la aparición de nuevas variantes del coronavirus más contagiosas, es necesario superar estos desafíos. Gracias al apoyo de casi todos los gobiernos del G20, sumado al de fundaciones y empresas privadas, el Covax ya recaudó unos $10.000 millones y consiguió la donación de 600 millones de dosis. Todo está listo para la mayor campaña de vacunación que el mundo jamás haya visto.
Los pedidos a fabricantes de vacunas que el Covax ya tiene comprometidos y las donaciones adicionales permitirán contar con cientos de millones de dosis nuevas cada mes. Tenemos que asegurarnos de que lleguen a los países pobres y a los brazos de sus habitantes.
Para evitar más demoras, y para que el mecanismo tenga éxito, necesitamos el apoyo de los gobiernos del G20 en cuatro áreas fundamentales.
En primer lugar, necesitamos dosis, y las necesitamos ahora. El Covax siempre se basó en la premisa de que iba a negociar y comprar dosis por cuenta propia. Dadas las dificultades iniciales que tuvimos para acceder a vacunas, las donaciones fueron esenciales para que nos fuera posible mantener un flujo continuo de dosis a los más necesitados.
De los 600 millones de dosis prometidas al Covax hasta la fecha, ya han sido entregados 100 millones. Necesitamos más dosis, y pronto, con períodos de validez más largos y más certezas, para que los países receptores tengan tiempo de planificar la administración. Esto se logra sin poner en peligro las campañas de vacunación nacionales de los países de altos ingresos.
También, necesitamos que los gobiernos del G20 apoyen nuestro pedido de transparencia. El Covax cuenta con acuerdos legalmente vinculantes con los fabricantes para la provisión de más de 4.000 millones de dosis; sin embargo, a menudo, ha accedido a ellas con demora.
Sin más claridad respecto de los registros de pedidos de las empresas, no hay modo de saber si estos retrasos se deben a problemas de producción o a que los acuerdos bilaterales reciben trato preferencial.
Se necesita transparencia en relación con los cronogramas de los fabricantes para asegurar condiciones equitativas en las que nadie (en particular, la gente de los países en desarrollo) tenga que volver al final de la fila porque se priorizó un acuerdo bilateral.
Además de asegurar que los fabricantes respeten sus compromisos con el Covax, los gobiernos deben hacer del acceso mundial a vacunas su principal prioridad. Los países que tienen órdenes pendientes de dosis que ahora no necesitan deben ceder su lugar en la fila al Covax para que podamos conseguir ya mismo dosis para los países necesitados.
Finalmente, los países de ingresos bajos necesitan apoyo técnico y financiero continuo para la administración de las vacunas contra la covid‑19. Fortalecer los sistemas nacionales de salud los ayudará a garantizar la inoculación y mitigar los efectos secundarios de la pandemia, y dejará creadas infraestructuras esenciales para la seguridad sanitaria futura del mundo.
Renovar el compromiso con el Covax supone para los gobiernos del G20 renovar el compromiso con una solución multilateral que aprovecha los asombrosos avances científicos del año pasado.
Según los últimos cálculos del Covax en relación con los suministros futuros, más las dosis de los acuerdos bilaterales, con un acceso equitativo a vacunas contra la covid‑19 se puede dar protección al 60 % de la población adulta en 91 países de ingresos bajos, lo cual supondría un enorme paso hacia la meta del 70 % estipulada por la OMS para terminar con el coronavirus en todo el mundo. Y el Covax es la mejor oportunidad que tenemos de lograrlo.
No hacerlo implica más pérdida de vidas, quiebre de sistemas sanitarios, aparición de variantes más letales y más transmisibles, y una pandemia sin final a la vista. El G20 no puede permitir que eso suceda.
Seth Berkley es director ejecutivo de Gavi, la Alianza para la Vacunación.
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