Cuando hace dos años Vladímir Putin invadió Ucrania, esgrimió como uno de sus móviles frenar la expansión de la OTAN a ese país. Ni por asomo estaba en los planes de la Alianza, pero lo utilizó para justificar, como reacción, una agresión que respondía, simple y llanamente, a una decisión: dominio territorial.
Algunas gentes y gobiernos compraron el argumento, por cálculos e intereses geopolíticos, o por una actitud refleja de ciertas élites en el “sur global”: la culpa de nuestros males es de otros, no de distorsiones o iniciativas propias. Pero dos países, plenamente conscientes de lo que implicaba la agresión, de su geografía y de su historia, comprendieron que ellos sí debían reaccionar, aunque de manera muy distinta. Fueron Finlandia y Suecia, que decidieron, precisamente, lo que Putin dijo que quería evitar en Ucrania: unirse a la OTAN. Así, el bumerán que lanzó desde el Kremlin dio un círculo completo y terminó en su cabeza.
Finlandia depositó su instrumento de adhesión el 4 de abril del pasado año. Suecia superó el último obstáculo que enfrentaba (la aprobación de Hungría) el lunes. Se incorporará en pocos días. La OTAN llegará entonces a 32 miembros y consolidará un dominio estratégico casi total en el mar Báltico.
Finlandia deja atrás el no alineamiento que adoptó (o le fue impuesto) tras repeler una invasión soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Suma 1.340 kilómetros a la frontera rusa con la OTAN y aporta capacidades militares significativas, incluidos 870.000 reservistas, desarrolladas, precisamente, para enfrentar posibles agresiones de su vecino. Los suecos decidieron abandonar su neutralidad y no alineamiento de dos siglos “para defender aún mejor lo que somos y todo aquello en lo que creemos”, dijo su primer ministro. Su industria militar, de muy alta tecnología, es de las más robustas de Europa.
Contrario a lo que dicen Putin y sus cómplices, la OTAN es una alianza defensiva. La ampliación y reactivación responden a ese imperativo. Su gran desafío es la agresividad rusa, que aumentará si no es frenada en Ucrania; el otro, muy paradójico, que una eventual presidencia de Donald Trump conduzca al abandono de Estados Unidos, su gran pilar. Los retos son muchos, pero los aportes de Finlandia y Suecia darán un gran impulso para afrontarlos.
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El autor es periodista y analista.