Enanitos, de acuerdo, pero atractivos y apetecibles. Somos el puente que une, en el plano norte-sur, a las dos grandes masas del continente americano. Quien quiera controlar este continente debe controlar el Istmo. Y, en el plano este-oeste, no hay territorio en el mundo en el que los dos grandes océanos estén separados por tan poquito como aquí. Cuando mucho, unos 500 km, en la zona fronteriza entre Nicaragua y Honduras, y, cuando poco, unos 80 km en Panamá. Quien quiera dominar rutas cruciales del comercio internacional (legal e ilegal) debe aposentarse en esta regioncita.
No extraña, pues, que cuando la competencia entre las grandes potencias se intensifica, Centroamérica pasa a ser sitio codiciado. Nos volvemos guapos. Y no de ahora, cuando China y Estados Unidos están en una pugna geopolítica, sino desde el siglo XVI, cuando los imperios europeos empezaron a disputarse las riquezas del Nuevo Mundo. Recordemos que Estados Unidos se estrenó como imperio haciéndose del dominio de Centroamérica y el Caribe, expulsando de ahí a las demás potencias.
Ahora que el coloso del norte siente a China respirándole a la nuca, patea loncheras en Centroamérica. Quiere, en la práctica, anular el Tratado Torrijos-Carter, que reconoció la zona del Canal como territorio panameño. Encontró en la complicidad de Bukele un lugar para establecer una cárcel extraterritorial. Habrá que ver las nuevas demandas que pida, pero mientras siga este pulso geopolítico, ninguna pinta muy allá para las y los centroamericanos.
Y nosotros, ¿qué? Pues cociéndonos en nuestro propio infiernito. Nuestro proceso de integración regional está en coma. Los lazos de cooperación entre países y la articulación de una voz común en foros internacionales están en mínimos. Solo resiste la vitalidad del comercio y la inversión privada regional, una buena pero insuficiente noticia. Costa Rica, un líder regional en épocas claves de la historia regional, está afónica, sin interés ni planteamiento sobre el vecindario. El peligro acecha.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.