
Hoy todos sabemos que el poder de la tecnología crece exponencialmente (antes de la pandemia, muy pocos sabían qué es una función exponencial). Tecnologías de más de 20 años, como el reconocimiento facial o el reconocimiento del número de placa en tiempo real, han llegado a niveles que hace poco eran increíbles.
En la actualidad, resulta bastante fácil prescindir de las casetillas de peaje y, sencillamente, cobrar el peaje en tiempo real contra el número de placa; ya no se necesitan ni los dispositivos en los vehículos ni las presas sin sentido (el efectivo no es necesario desde hace mucho).
Si un número de placa no tiene una cuenta (o tarjeta) bancaria asociada contra la cual hacer el cobro, se crea una cuenta por cobrar y el dueño tiene de 24 o 48 horas para entrar a una app o sitio web y cancelar el peaje antes de que se le cargue una multa al marchamo.
Igualmente, es posible sacar de circulación todos los vehículos que no cuentan con el marchamo o la revisión técnica al día y esto es muy sencillo. Que vehículos robados puedan circular libremente con las placas originales o con placas que pertenecen a un vehículo totalmente distinto, es algo que no tiene ni pies ni cabeza.
Evitar que se irrespeten las leyes de tránsito no requiere de miles de oficiales, solo requiere cámaras e inteligencia artificial (IA) bastante básica (las leyes de tránsito no son complicadas). Siempre se necesitan los oficiales para amonestar y, en cierto modo, educar, a los conductores, pero, para identificar la infracción, la tecnología es suficiente en una gran proporción de los casos.
Las leyes civiles son un poco más difíciles de hacer cumplir, pero las cámaras y la IA también ayudan; son armas muy poderosas que deberían estar disponibles para los encargados de velar por el cumplimiento de la ley.
La tecnología también nos puede ayudar a recuperar la educación. Yo no creo que Salman Kahn (fundador del Kahn Academy) esté loco cuando sugiere que cada niño del planeta debería tener un tutor privado que le ayude a aprender (que no es lo mismo a que le haga la tarea). Para mí, es bastante obvio que la tecnología tiene un rol muy importante en la educación, tanto el aprender a usarla (la llamada alfabetización tecnológica) como el utilizarla como herramienta para aprender todo lo demás que debemos aprender. “Educación en, y con, tecnología”.
Creo que ya casi todos hemos pasado por la experiencia de recibir servicio al cliente (o al usuario) a través de una IA, con diferentes grados de satisfacción. Algunos, a veces, creemos que es mejor (o más fácil) explicarle el problema a una persona, y perdemos la paciencia con la IA. En Costa Rica ya desarrollaron una IA que deja que los seres humanos atiendan el teléfono, pero monitorea todas las llamadas en tiempo real, produciendo retroalimentación a (todos) los operarios en el momento preciso.
Experimentos recientes sugieren que los pacientes consideran que la IA los atiende de mejor manera que los médicos humanos. Obviamente, la IA no tiene problemas, ni se levanta del otro lado de la cama, ni le duelen los dientes, ni nada. La IA es siempre empática y razonable, además de que la atención es inmediata.
No he oído a nadie sugerir que la consulta externa sea realizada enteramente por IA, sino que la IA sea una especie de preconsulta, de manera que cuando se llegue a la consulta con el médico ya este tiene un reporte del problema y algunas sugerencias.
Durante la consulta, el médico no se distrae anotando cosas en el expediente del paciente; eso lo hace la IA. También escribe las recetas y las referencias para que el médico las firme.
El expediente de salud le pertenece al cliente, no al médico, ni al hospital o clínica. No importa adónde el paciente decida consultar, él y solo él (o ella), decide a quién les da acceso a sus datos. Eso hace que los datos sean externos al sistema. El paciente los puede guardar donde quiera, los puede vender anonimizados, los puede alquilar... en fin, hacer lo que quiera. Esto no es trivial, pero sí es fundamental. Y lo mismo aplica con todos los datos, ya sean financieros, tributarios, laborales, etcétera: yo soy el dueño de mis datos. O debería serlo.
Está claro que existe un gran abanico de posibilidades de cómo utilizar la tecnología, desde aplicaciones triviales (como una para sacar de circulación las decenas de miles de vehículos que no deben circular) hasta otras más complicadas, como las relacionadas con seguridad ciudadana, salud y educación.
La pregunta obvia es ¿a quién le corresponde hacer estas cosas? Durante años, se dijo que el poco avance del gobierno digital era la falta de institucionalidad; hace cinco años crearon la Agencia Nacional de Gobierno Digital y, recientemente, nombraron a un gerente. ¿Cuándo empezaremos a ver cambios importantes?
Dado que esta agencia es parte del Ministerio de Ciencia, Innovación, Tecnología y Telecomunicaciones (Micitt), es razonable suponer que la agencia solo va a decir y no va a hacer. Para ver cambios de consideración en la manera (eficiencia y eficacia) de entrega servicios públicos, alguien tiene que implementar las tecnologías necesarias y, ojalá, hacerlo sin incurrir en sobrecostos y sobretiempos (como suele suceder en los proyectos de infraestructura).
La tecnología no es un tema contencioso ni novedoso, pero si es importante –muy importante– porque tiene el potencial de cambiarnos la vida a todos.
Por todo esto, invitamos a los candidatos a la presidencia a compartir sus ideas del futuro de la tecnología en el Estado costarricense, el próximo 16 de diciembre. Esperamos poder discernir la importancia que las personas candidatas y sus partidos asignan a la aplicación de la tecnología en el Estado.
Roberto Sasso es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica y organizador del TEDxPuraVida.